Ernesto ya lo tiene decidido. En unos años más va a ser políglota. De hecho, eso es lo que quiere ser cuando sea grande. Claro que mientras crece, va haciendo algunas cosas para alcanzar su propósito. Es que no es de los que se quedan de brazos cruzados aguardando el momento preciso. Tiene demasiada energía para soportar una espera que ya sabe le va a llevar muchos años por varias razones: primera, el menor de la familia Montenegro Levin, tan sólo tiene seis años. Eso sí, aclara, que el próximo 6 de octubre, cumplirá 7.
La segunda de las razones que tiene Ernesto para ir descubriendo idiomas es que lo suyo no son las lenguas sencillas, por así decirlo. A él le gustan esas que no "suenan como el castellano”. Lo dice con conocimiento de causa: maneja algo de hebreo (aunque él es argentino, su familia vivió algunos años en Israel), entiende italiano, curioseó con el esperanto de la mano de su bobe (abuela) Ruthy y desde hace un tiempo ya que habla griego y no sólo eso se ayuda con un diccionario de este idioma para poder traducir algunas palabras del lenguaje cotidiano que desconoce. Eso es por si algún curioso o desconfiado le consulta algo que él no sabe puntualmente del griego, el idioma que más lo ha atrapado.
Y tercero, es que Ernesto es muy exigente: no se conforma con dominar el griego sino que quiere saberlo todo, quiere ser una especie de enciclopedia. Qué se come en el país de origen, si hay nieve como en Canadá o Rusia, a cuántos kilómetros está de los polos. Para eso tiene un globo terráqueo que le regalaron para su último cumpleaños.
Alfa, beta, gama
En 2013, Iara, la hermana mayor (que tiene 10), le mostró en la compu la canción del "Pollito Pío”, un hit musical del momento lanzado en Italia que había seducido al público infantil con la repetición del relato de lo que pasaba en una radio con un pollito, una gallina, un gallo, un pavo, una paloma, un gato, un perro, una cabra, un cordero, una vaca, un toro y un tractor y los sonidos de cada uno de ellos. A Ernesto le encantó la versión en castellano. Pero aprovechó la versatilidad que le daba Internet para buscarla y cantarla en alemán, francés, ruso y hasta en el idioma que se habla en la isla de Chipre. No sabe por qué pero a sus 4 años quedó fascinado con la letra en griego. La escuchó tanto que la aprendió de memoria. Y ese, así de simple, fue el puntapié inicial con el nuevo idioma.
En su afán por querer saber más, le pidió a su mamá el diccionario en cuestión. Conseguirlo no fue sencillo. Carlota recorrió todas las librerías y negocios posibles, nuevos y viejos, del centro, los alrededores y más allá. Hasta que por fin en una librería religiosa encontró lo que se convirtió en un tesoro para su hijo: un diccionario del habla griego-castellano, del que no se despegaba ni dentro ni fuera de la casa. Se lo pasaba leyendo. No fuera a ser que alguien le preguntara algo y él no pudiera contestar correctamente.
"Antes de tener el diccionario, me puse a buscar todo el alfabeto en la computadora. Lo escribí muchas veces y también me lo aprendí. Y así iba escribiendo palabras. Me anotaron en un curso gratuito de griego por la computadora", dice Ernesto, un chico que prefiere la netbook, a mirar televisión o jugar a la pelota. Lo suyo es algo más intelectual. Aunque en sus ratos libres le gusta mucho dibujar, pintar, hacer carruajes con cartón y artesanías con vidrio. Aparte le gustan los animales. Y es alumno de Primer grado de la escuela Bernardino Rivadavia.
A tal nivel llegó su interés que su abuelo Mario. le pidió a una conocida si podía ayudarlos. Patricia Cinner, doctora en Filosofía y profesora universitaria, pese a no manejar el griego de la calle sino a ser una estudiosa del griego antiguo le dio unas cinco clases de conversación. Al menos era algo. "Ella dice que yo era su mejor alumno pero se fue de viaje y no estudiamos más. Estoy esperando que vuelva porque es la única que me entiende. Creo que voy a tener que viajar a Grecia para tener con quien hablar porque en San Juan nadie sabe griego”, dice.
Mientras tanto va por la vida llamando "skylos” a los perros, saludando con un "geia" (hola) y sorprendiendo a los alumnos del secundario donde dicta clases su mamá haciendo en el pizarrón toda la Vía Láctea y a cada planeta, con su nombre en castellano … y en griego. No podía ser de otra forma. Ernesto va en camino a ser políglota.
