Cuando los tiempos se tornan confusos por la osada conclusión a la que arriban efusivas dirigencias que rasgan sus vestiduras con exagerada incontinencia verbal, se encubre el juicio falaz bajo el disfraz pertinaz de la opinión propalada con inaudita irresponsabilidad. Si el afán desmedido se sirve de la coyuntura con la sola pretensión ególatra, se atenta contra el entendimiento humano enredando el patrimonio excepcional que por antonomasia pertenece al hombre y que es, precisamente, la palabra. Cuando la palabra es objeto rentable de la manipulación, la empresa deja de ser noble, se degrada en sí mismo e hiere sustancialmente la significación esencial del concepto. De ese vicio implacable del que suele engolosinarse la criatura humana al ingerir letras que no distingue, nace la falsa premisa que genera con supina habilidad el debate leguleyo, inaceptable en una provincia colmada en los últimos tiempos de congresos nacionales e internacionales enaltecida en su bella pretensión de ser ágora. Tal provocación, pergeñada sin excusas, no justifica ni la aviesa intencionalidad ni la notable carencia intelectual manifiesta por demás en hacedores políticos de alto rango que envanecidos en su pedestal, extravían la medida y la visión del límite en un tiempo teñido por simulada erudición. Como paradoja fatalista, del daño lastimero se "mal nutre la sociedad", receptora ineludible del desatino que no crea pero debe soportarlo en ese marco riesgoso de suponer al devenir el injusto heredero de la construcción errónea del falso silogismo.
La sociedad rechaza las livianas expresiones de sus representantes, en muchos casos insolentes, emitidas a boca e’jarro por ante los medios de difusión masiva.
La sociedad quiere que sus privilegiados representantes, elegidos para gestionar los asuntos públicos, se superen moral e intelectualmente. En esa valoración exquisita que vislumbra el espíritu democrático, es deber ciudadano exigirles conductas acorde al deber ser del político eminente. En circunstancia trascendente que dispone la discusión relevante, la lógica reclama pulcritud de concepto, porque no se puede afirmar y negar a la vez; ni decir que una misma cosa es y no es. No se puede decir que un mismo atributo pertenece y no pertenece a un mismo sujeto al mismo tiempo y bajo el mismo aspecto. Estos principios de la lógica no pueden caer en saco roto por simple necedad de nuestros representantes.
En los últimos días se ha vertido opinión dispar, contradictoria y poco feliz en Capital Federal desde "la zoncera sanjuanina" repleta de letras que subvierten literalmente el concepto amplio y generoso del vocablo griego que inspira nuestra forma de gobierno. Este error trastoca gravemente la cimiente ética de nuestra estirpe política. Más allá de la intencionalidad, muestra la ingenuidad provinciana al exponer su intimidad ante el porteño jactancioso que hace de la sorna un juego lucrativo carente de sentimientos.
Nada puede ser más auspicioso en democracia que saciar la avidez de muchos artículos constitucionales que en su quietud, esperan ansiosos el óleo sagrado de Samuel que les otorgue la vigencia y actualización en un determinado momento de la historia para definir su tránsito, ya que el consenso democrático de otro tiempo sabiamente inscribió, no como letra muerta, sino con la debida potencialidad de ser posible en acto voluntario. No hay alegría mayor para un pueblo en democracia que le "tiren un hueso de vez en cuando" para lamerlo, saborearlo y definir su destino con la forma directa conjugada en la simbiosis de la Carta Magna y el espíritu que le dio origen, espíritu que no se pierde bajo ninguna circunstancia instrumental. La democracia posibilita la alternancia pero no la presiona, porque la alternancia es de fuerzas políticas y no estrictamente de hombres. Si la oposición no estuviese preparada para asumir su rol en la alternancia, mal le hace a la democracia la idea del revólver en el pecho. La seguridad del régimen en ese sentido garantiza la vigencia jurídica, política e institucional del principio y espíritu democrático en torno a la posibilidad de la alternancia en el gobierno y en el poder, pero este recambio debe darse armoniosa y naturalmente. Abrir la ventana del Art. 277 de la Constitución Provincial coloca a San Juan en la cúspide de una avanzada democrática trascendente.