Cualquier manual del militante debe venir con estos dos mandatos: no hay calor que amilane el ánimo, y la tierra es buena si nace de saltar arengando. De otro modo sería difícil comprender cómo miles de personas ayer, en plena siesta pocitana, con una carpa colmada y sin espacio para el aire, con un viento Norte insidioso y 30,9 grados centígrados en el ambiente, soportaron tantas horas con la adrenalina allá arriba, dispuestos al aguante estoico con tal de ver de cerca a la Presidenta de los argentinos.
Dos horas y media antes de que Cristina ingresara a la planta de Vesuvio agitando sus brazos a través de la ventanilla de la combi, ya había varios grupos haciendo la guardia en la banquina Oeste de la ruta 40.
De lejos, esa espera parecía demasiado mansa: mate, mantel y reposera, como una estudiantina. Pero cara a cara con los seguidores de CFK, saltaban a la vista el fervor y el esfuerzo. Todos sudaban la gota gorda, enroscados como podían bajo la sombra apretada de los aguaribays, haciendo circular botellas con un enorme hielo adentro y agua que, a esa hora y con tremendo calor, era milagrosa.
Cualquier cosa venía bien como protección para que a nadie se le friera el cerebro. Gorritas, buzos con capucha (esos eran los más arriesgados), paraguas, remeras de los más chicos y carteles con las insignias de las unidades básicas del PJ y con leyendas como “yo quiero votar a los 16 años”.
En el predio del acto, y sobre todo adentro de la carpa, las postales del aguante eran más intensas aún. Al fondo, los heladeros y vendedores de gaseosa con cara de tener un buen día; al centro y adelante, la multitud apretada, en su mayoría integrantes de agrupaciones juveniles, literalmente regándose la cabeza con botellas de agua. Recurso nada despreciable, considerando que servía también para darle paso a la respiración entre tanta polvareda levantada por el pogo de los cánticos K.
La llegada de la caravana con Cristina y Gioja a la cabeza aumentó el calor: la bienvenida fue estruendosa y agitada. Y tras una hora de recorrida de la Presidenta y el Gobernador por el interior de la fábrica de camisas, en la que no quedó empleado que no se hiciera una foto con la mandataria, la propia Cristina acusó los efectos del clima ni bien puso un pie sobre el escenario de la carpa: con un gesto de estar sofocada, se echó aire con la mano, tomó asiento y comenzó a abanicarse.
Lo que vendría después sería el bálsamo merecido para la militancia. Una catarata de elogios San Juan-Nación y una contundente descripción del crecimiento de los últimos años terminaban de deshilvanar la tarde, justo cuando el sol ya se escondía y una brisa del Sur acariciaba a los cultores del estoicismo.
