Las modalidades de vida, adoptadas por ciertos grupos, pueden llevar a fragmentar a la sociedad, cambiando los hábitos y costumbres de la mayoría de los argentinos en pocos años. Ahora puede observarse la existencia de dos grupos diferenciados, y la línea divisoria es clara porque se ha producido un hecho innegable que es la inversión de valores.
Hay una macrosociedad en la cual los valores siempre han existido y se han respetado. En los hechos cotidianos de la vida habitual hay formas de encontrarse, de celebrar algo, de hacer negocios, de pasar bien el tiempo. La característica es el respeto entre las personas y entre personas e instituciones.
Por otra parte, hay una microsociedad enfrentada con estas normas, en la que existen líderes que matan a mansalva. Matan por matar y ésta no es sólo una deducción que sugieren los hechos. Hace un tiempo una fiscal federal de la provincia de Buenos Aires dijo en una reunión privada: "Asómbrense, hay quienes matan por matar", y contó que después de largos interrogatorios a criminales de alto riesgo, dicen: "no sé por qué mato doctora".
Hoy parece que ese sentimiento se hubiera multiplicado y/o que personas mayores pusieran armas en la mano de chicos porque son inimputables. Sumando los dos casos tenemos una sociedad violenta, sin reforma de leyes que encausen a estos jóvenes marginales y sin instituciones en las que puedan corregir sus peligrosas conductas. Y poco se puede hacer, sobre todo cuando desde el poder se ha dicho, en dos oportunidades, que sólo existe una "sensación" de peligro. En esa afirmación está ausente el continente de los valores humanos, que hicieron de la vida del hombre un hogar común. Es decir, de la responsabilidad, la decencia, la sensibilidad, la crítica enriquecedora, la compasión, la sencillez, el respeto y a otras modalidades que hacen que la vida sea llevadera. Son valores que deben ser inculcados diariamente en los hogares y en las escuelas porque cuando falta la contención de estas instituciones, aparecen los chicos armados que matan por matar.
Para que no existan dos sociedades hay que hacer un trabajo de conjunto -gobierno e instituciones-, fijándose una meta y trazar un plan que se cumpla secuencialmente hasta lograr sus objetivos, que no pueden ser otros que hacer de la ciudadanía una comunidad responsable y ejemplar. De otra manera, sería promover la falta de convivencia.
