Todavía muchos creen que Fernando Fader era mendocino, y en realidad esta es una verdad a medias porque él nació en Burdeos, Francia, un 11 de abril de 1882, pero se sentía y confesaba mendocino, dicen los historiadores.
De hecho allí existe la reconocida "Casa Fader", museo ubicado en la antigua vivienda de Emiliano Guiñazú, que supo ser centro de numerosos eventos de la aristocracia mendocina de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Mientras realizaba los famosos murales que la adornan, Fernando Fader conoció a Adela Guiñazú, hija del dueño de casa, con quien se casó.
La familia Fader había llegado a Mendoza en 1886, cuatro años después del nacimiento de Fernando. Su padre, Carlos Fader, era un reconocido ingeniero naval de ideas muy progresistas para la época, buscador de petróleo, que instala en Mendoza el primer gasoducto y el primer oleoducto. Fernando, inició los estudios primarios en Francia, donde residía su familia materna, los Bonneval, de cierta estirpe aristocrática. La historia cuenta que por entonces dijo que con eso "comenzaba una niñez solitaria, triste y errática", ya que debió viajar a Alemania, a la casa de los familiares paternos, para cursar sus estudios secundarios. A su regreso de Europa a Mendoza, el joven estudiante le comunicó a su padre la decisión de ser pintor.
Una historia muy rica en matices que en muchos casos dejó plasmada en su obra. En este caso San Juan disfruta de la colección gracias al convenio realizado con el museo Castagnino quien facilitó un conjunto de veinte pinturas de Fader que ingresaron en la colección entre 1918 y 1939.
Estas obras son el punto de partida de una exposición que reúne, además de las piezas de este artista -hoy considerado como uno de los referentes más importantes del arte nacional-, una selección de trabajos de autores que también interactuaron durante las dos primeras décadas del siglo XX, protagonizando desde diferentes perspectivas, la formación del campo artístico en Argentina.
Una vez en Alemania, Fernando Fader tuvo la opción de elegir entre dos prestigiosos maestros de la época: uno era Frank Von Ziuk, pintor de estilo simbolista, quién realizaba desnudos femeninos y masculinos vinculados a temas mitológicos y literarios un tanto perversos; el otro maestro era Heinrich Von Zugel, un partidario de la pintura al aire libre, cuyos ejes temáticos eran el paisaje y los animales. Fader decidió por éste último, a pesar de la anécdota que relatan diferentes crónicas de su encuentro con Von Zugel en el estudio del pintor alemán. Dicen que allí, el por entonces aspirante a pintor mostró algunos de sus dibujos al maestro y éste los descalificó, rechazando a su vez la petición para ingresar al curso de pintura. No obstante, Fader le contestó: "no importa, sobran maestros". Von Zugel decidió aceptarlo.
El curso constaba de dos semestres de talleres libres. En el primero se trabajaba pintura de paisajes (en la obra de Fader se pueden observar paisajes de Alemania y Holanda que corresponden a este período), y otro dedicado a la pintura de animales con las cuales luego se hacía un concurso. Su período de estudios en Alemania se extendió desde 1900 a 1904, fecha en la que regresó a Buenos Aires y recibió una carta en la cual le comunicaban que había ganado el primer premio con el cuadro" La comida de los cerdos".
Como sucede con muchos artistas, para Fader fue difícil dejar de lado la influencia de su maestro Von Zugel, quien se caracterizaba por realizar un cuadro en la menor cantidad de tiempo posible y con escasas pinceladas.
Una vez instalado en Mendoza, Fader dio clases de pintura y expuso en el living de su casa, cuando todavía no conocía el éxito.
Se puede decir que recién en 1905, tras una exposición en el Salón Costas de Buenos Aires, donde presentó una serie de cuadros, llegó su primer momento de gloria con apenas 23 años. La critica de la época lo puso en lo más alto de la cúspide. Cupertino Del campo, escribió un artículo en el diario "La Nación" en el que decía: "No existe en la Argentina un pintor capaz de pintar de esa manera, Fernando Fader es un pródigo que desborda talento, y que el día de mañana nos asombrará con su obra total". Así se refirió particularmente a una de sus obras llamada "La chula".
Esta y otras críticas llegaron a oídos de Emilio Guiñazú, un conocido terrateniente mendocino, quien le encargó la realización de unos murales en su estancia veraniega de Luján de Cuyo, y además, que inicie a una de sus hijas, Adela, en el arte. Por un tiempo fue estudiante, luego modelo y finalmente su esposa, con quién tuvo tres hijos, Raúl, César y Adelita.
Virginia Agote, directora del Museo Franklin Rawson, explicó que "la obra de Fernando Fader debería ser considerada dentro de una compleja trama de sentidos históricos, culturales y estéticos y no en forma aislada. Es en esa trama que la obra de Fader alcanza una importante dimensión en la historia del arte argentino, y sobre todo en sus paisajes, ya que en ellos, como muchos artistas de su época, el pintor encuentra un campo en el que se libran batallas por la identidad nacional, casi la única posibilidad de producir un encuentro entre los nuevos lenguajes que se proponían desde las vanguardias y una mirada sobre nuestro ser, nuestra interioridad".
Las obras exhibidas en estos momentos en San Juan, ilustran hasta que punto el arte argentino pudo superar las apropiaciones de lenguajes europeos, y por otro lado su relación con la luz, el cielo y paisajes cordilleranos, que tanto preocuparon a Fader desde su regreso de Europa, en 1904.
