La llegada de febrero traía consigo distintas celebraciones populares, como en la actualidad. Pero allá, alrededor de 1980 habían fiestas para todos los gustos, tanto paganas como religiosas. Todo un licuado de manifestaciones por las que había que hacerse tiempo para cumplir con todas. Es que este mes, hace unos 35 años, era sinónimo de carnaval y de la fiesta de Nuestra Señora de Lourdes, patrona de la villa del mismo nombre, en Rivadavia. El cóctel de todo esto lo brindaban las lluvias de verano, típicas de ese mes.
La fiesta de la Virgen era todo un acontecimiento en esa villa de calles de piedra con un surtidor público, justo en la esquina de Dorrego y Laprida. Había gente muy trabajadora. Es que en aquel tiempo, el perfil de los habitantes del lugar estaba marcado por su laboriosidad. A eso de las 8 de la mañana desfilaban por calle Dorrego, los muchachos veinteañeros con sus carros, ya sea de verduras o de semitas y pan casero. Salían a vender y ganarse la vida, o bien a sumar para la familia. Los domingos, el típico humo de los asados y su aroma inconfundible, daban muestras del fruto del trabajo en la semana, mientras en un baldío aledaño, no se hacían esperar los partidos de fútbol y a veces los llamados "desafíos” entre los niños y jóvenes que representaban a sus calles. La Paula Albarracín de Sarmiento, Laprida, Virgen de Lourdes y Costa Canal.
En ese marco, la llegada de febrero, en las vísperas del 11, fecha en que se venera a la Virgen de Lourdes en recordación de la primera aparición de la Virgen María a Bernadette Soubirous, una adolescente pobre y analfabeta de catorce años, ponía a la villa de fiesta. Los gallardetes adornando la esquina de Virgen de Lourdes y Dorrego, justo donde estaba la capilla, la que aún se conserva muy radiante (foto). Veredas de tierra bien regadas y barridas por las amas de casa, los niños y jóvenes preparaban sus bicicletas, en su mayoría marca "Cinzia”, ya desaparecida, para las carreras por las calles del lugar como parte de la festividad religiosa.
El agradecimiento a la patrona del lugar, los pedidos de milagros y el cumplimiento de promesas eran los comunes denominadores que llevaban al pueblo al epicentro de todo: la capilla.
A un costado, se hacían las tradicionales kermesses, donde las familias podían divertirse con distintos juegos como tiro al blanco con pelotas en sus distintas versiones, para ganar algún juguete y las clásicas ventas de golosinas de todo tipo, donde no faltaba al pochoclo. Mientras, la novena convocaba a cientos de feligreses que colmaban tanto la capilla que tenían que hacerse en la calle, con altoparlantes para que se escuchara bien lejos. Claro, en ese época no estaba el Barrio Aramburu, que fue inaugurado en 1985, sino que todo esa superficie desde Dorrego hasta calle Coll y Cipolletti, eran inmensos parrales, que servían de fuente laboral durante la cosecha de uvas, para estos vecinos y de zonas aledañas.
A medida que transcurrían las noches de novena y kermesses, se notaba en mucha gente que quería detener el tiempo. Es que eran momentos de compartir con los vecinos una fiesta, porque siempre trabajaban y no había tiempo para hacer "sociales”.
Llegado el domingo, el último día de celebración, la actividad se iniciaba bien temprano con la misa; pero después toda una programación de juegos y deportes. Entre carreras de embolsados por la calle de piedra y de tres pies, a varios les quedaron las rodillas marcadas al tropezar y caer. Pero cerca del mediodía, las carreras de ciclismo recorriendo las calles de la villa, reunían a decenas de aficionados en sus bicicletas de todo tipo. Tanto era así que aquellos que tenían bicicletas de carreras tenían una competencia aparte.
La pasión del ciclismo despertaba el interés de cientos de personas que cubría las calles de esa villa rivadaviense. Cada final tenía sus ganadores y sus brillantes trofeos dorados o plateados.
Por la tarde, la expectativa por la precesión era suprema. La llegada del arzobispo Ildefonso María Sansierra encendía a la concurrencia que se podía contar por cientos. Los aplausos, los niños inquietos que interrumpían a sus madres en los rezos, los vendedores de golosinas y juguetes y los niños de la primera comunión, le daban el marco para el día culmine de una celebración que cada año se esperaba para honrar a la Madre de Dios.
