En la historia de la subversión y del terrorismo organizado, el sustento del extremismo ha tenido el común denominador de asegurarse, ante todo, los recursos financieros, única forma de llevar a la práctica el odio fundamentalista y la imposición ideológica extorsiva en la sociedad. Hasta los más viejos movimientos clandestinos impulsados por el marxismo, como las FARC colombianas, se mantuvieron por décadas mediante la asociación con el narcotráfico, para citar un claro ejemplo de narcoterrorismo ideológico.
Ahora el poderío de la logística del Estado Islámico (EI), el sanguinario califato que ocupa zonas de Siria, Irak e Irán, amenaza la paz mundial tanto por las operaciones sobre el terreno dominando extensos territorios, como por el financiamiento de atentados suicidas fuera del área de ocupación, como el reciente ocurrido en Ankara, Turquía, donde murió alrededor de un centenar de inocentes. Por eso, cortar el financiamiento del terrorismo es clave para detener la barbarie, pero no es fácil porque implica la intervención de terceros que lucran con el tráfico de armas, pertrechos y suministros, o contrabandean insumos, como el petróleo, extraído en las zonas ocupadas por el islamismo.
Barack Obama y otros líderes occidentales procuran ahogar la capacidad operativa que tiene la organización para recaudar fondos y comprar suministros, porque el dinero es el poder de este movimiento que obtiene unos 40 millones de dólares mensuales vendiendo petróleo. Pero, ante el derrumbe de los precios del crudo, el EI puso impuestos confiscatorios que llegan al 50% del salario de los trabajadores de las áreas dominadas y el comercio a través de contrabandistas y bandas que lo abastecen clandestinamente.
Los islamistas controlan el 80% de la producción petrolera siria y un 10% de la extracción iraquí, que venden a través de cómplices kurdos, jordanos y kurdos en Turquía. Además, controlan 130 entidades bancarias y completan sus ingresos a través del comercio de gas, cemento, donaciones, secuestros, trata de mujeres o tráfico de órganos humanos.
Se estima que el islamismo fundamentalista dispone de 3.000 millones de dólares para sus incursiones armadas y a menos que los bombardeos se complementen con ataques financieros, la expansión demencial no tendrá límites.
