De acuerdo a lo dicho por Enrique Mario Mayochi, desde la Revolución de Mayo en adelante fueron muchos los ciudadanos que renunciaron a sus sueldos o a parte de ellos para aliviar los gastos de la patria. En efecto, hubo ciudadanos dispuestos a pujar por su causa comprometiendo en demanda vida, haberes y fama. Quizás el ejemplo más acabado fue el de Manuel Belgrano, quien habiendo sido poseedor de bienes llegó a sufrir la pobreza total en los momentos previos a su muerte. En su último y dificultoso tránsito desde Tucumán hasta Buenos Aires, donde falleciera, una y otra vez los gobernantes le negaron un mínimo préstamo, desagradable situación que sólo pudo paliar en parte la generosidad de un amigo. Este Belgrano que llegara a las puertas de la eternidad sin poder abonarle sus honorarios al médico que lo asistía era el mismo que, el 5 de junio de 1810, había renunciado al sueldo anual fijado para los vocales de la Primera Junta, sin que por ello pudiera entenderse que quería eximirse de la responsabilidad del cargo. Tal gesto no fue único en su vida: cuando el Gobierno lo premió por sus victorias en Tucumán y Salta destinó el obsequio para la creación de 4 escuelas.
Similares actitudes mostró el Libertador. Al llegar por primera vez a Mendoza renunció a ocupar la casa que le tenía preparada el Cabildo y no aceptó que esta corporación le abonase la mitad del sueldo que por su grado le correspondía. Después de Chacabuco destinó $10.000 en oro a la Fundación de la Biblioteca Nacional en esa ciudad. Y también renunció al sueldo que se le señaló como General en Jefe del ejército de Chile, a la vez que devolvía una vajilla de plata que le habían regalado.
Pero no fueron estos dos padres de la patria -como los llama Mitre- los únicos que tuvieron gestos tan ejemplares. También declinaron la mitad de sus sueldos los integrantes del primer Poder Ejecutivo Triunviro: Manuel de Sarratea, Feliciano Chiclana, y Juan José Paso, al igual que sus 3 secretarios, uno de los cuales era Vicente López y Planes. El mismo López que en 1850 diría al gobernador Rosas: "Nada me queda ya sino despojarme del único bien paterno: mi vieja casa". En 1883 el Congreso debió acordar a Guillermo Rawson una pensión "en mérito a sus relevantes servicios" porque, con la vista casi perdida y sin poder ejercer su profesión de médico, vivía desprovisto de todo recurso económico. Pero también en el siglo XX se dieron gestos dignos de recordación y homenaje. Es bien sabido que Hipólito Yrigoyen en las 2 ocasiones en que asumió el Poder Ejecutivo Nacional, donó sus sueldos a la Sociedad de Beneficencia. Menos conocida es, quizá inédita, una actitud de Alfredo L. Palacios, expresada por carta en 1956 a su amigo Esteban Rondanina, autorizándolo a retirar del City Bank todos los dólares correspondientes a su sueldo de embajador, para darle una parte a sus hermanas y el resto devolverlo a la cancillería.
Obviamente lo precedentemente escrito me obliga a una reflexión: ¿Podríamos algún día escribir: "gente de estos tiempos"?.
(*) Escritor.
