Un poco de nailon de las bolsas del supermercado o de las de basura, unas cuantas varillas de las ramas del árbol de la casa, un rejunte de piolas unidas con pequeños nudos, algunos pedazos de cintas adhesivas puestas como curitas para unir todo en las juntas y ya está: el barrilete casero listo para adueñarse del cielo. Eso, claro, si en su confección no hubo errores que le impidieran lograr su cometido. Con caritas, con nombres, con forma de estrella, de rombo o triángulo, de papel, tela o plástico, lisos, rayados, con flecos; todos juntos, cientos de volantines lucharon por un lugar en el cielo del Complejo Ceferino Namuncurá, en San Martín, para participar en la competencia que el municipio hizo ayer por la siesta.
Con el humo de los asados aún saliendo de las parrillas del complejo, los niños tomaron sus barriletes hechos en casa y se fueron al escenario natural. La idea era mostrar que el suyo era el mejor, el más lindo y el que más alto volaba. En ese duelo se hizo difícil distinguir quién era el competidor, ya que los padres parecían más compenetrados aún que sus hijos, al punto de convertir el evento en una especie de duelo entre adultos.
Y para lograr ese objetivo se destacaron algunas trampitas. Subir a los cerros que rodean el predio fue una de ellas. El esfuerzo valía la pena. Allí el viento los elevaba más. Otros, un poco menos osados, hicieron un intento similar pero desde el escenario montado para el show de títeres y el sorteo de las bicis para los ganadores. No era lo mismo, pero servía. El otro mecanismo más usado para lograr el éxito fueron los ovillos de piola. Mientras los menos preparados llevaron uno con escasos 6 ó 10 metros de largo, los más entrenados llevaron más de 100 metros de piolín enrollado. Y eso les ayudó a llegar más lejos.
Así, entre hilos que se enredaban en el suelo, barriletes anudados entre los cables de luz, corridas y tirones para elevarlos, transcurrió una divertida siesta en familia.
