No hay caso, en Unión si no se sufre, no vale. Y eso volvió a ser figurita repetida porque para ser finalista del Torneo del Interior, Unión debió sufrir muchísimo. Porque fue un manojo de nervios y ansiedad en la primera parte pero supo despertarse en el instante justo y de la mano de un iluminado Matías Guerra encontró esa paz que su gente tanto disfrutó hasta que el sábado dejó de ser sábado y empezó a ser domingo. Hubo fiesta. Es verdad, pero antes hubo tensión, angustia y una revancha intensa que la ganó el corazón de Unión por 4-1. Ahora, espera rival pero ya tiene en la mano la chance de una Promoción para intentar ese salto de categoría.
Con la desventaja 0-1 de la ida, sabido era que Unión iba a salir jugadísimo. Presionó de movida y a los 9′ ya encontró ese gol que era boleto a la tranquilidad. El Gino Laciar la armó por la derecha, desbordó, metió el centro al punto del penal y ahí apareció Ernesto Fullana para abrir la cuenta. 1-0 y parecía que Unión empezaba a jugar el partido que más le convenía. Pero no, todo lo contrario. Entró en la desesperación, se prestó al juego sucio de Güemes, que pegó duro primero y después se fue animando. Con poco, pero ayudado por la ansiedad de Unión, que fue ofreciéndole jugadas con pelota detenida por infracciones innecesarias. Y claro, el descontrol fue tal que Laciar y Castro se insultaron tras un tiro libre del rival y el Gino terminó expulsado.
Se venía la noche porque con 10 y apurado, a los 40′ Güemes se sacó la lotería cuando Biasotti se comió el remate de Perea.
En el entretiempo, Cabello leyó rápido y encontró la solución con el ingreso de Guizzi y Quiroga. El pibe de Sportivo fue clave para que aparecieran los espacios y pudieran jugar y generar. Galván tuvo el gol en sus pies pero definió débil. Unión ya era otro y tenía que entrar en escena el "pibe de la película". Y así fue porque a los 14′, Matías Guerra se encontró con un rebote en la puerta del área y puso el 2-1 de la esperanza.
Ni hablar de lo que haría cinco minutos después cuando recostado sobre la derecha del ataque de Unión y a más de 35 metros del arco del grandote Juárez, Guerra buscó el palo más lejano del arco de Güemes y desató el delirio en Rawson. Un gol de otro partido. Un gol para recordar por mucho tiempo. El gol del pasaje a la final.
De ahí en más, Unión ya se replegó. Paró de buscar, le entregó la responsabilidad a Güemes y se alió del reloj de la desesperación salteña para edificar una victoria más que contundente. El decorado llegó en el descuento cuando Roberto Ovejero, un baluarte de la historia contemporánea del Azul, marcó el cuarto de penal.
Unión ya está en la final. Sufrió un tiempo y gozó en el otro. Como más le gusta a su gente. Como tienen que ser las cosas que más se merecen: a puro sacrificio.
