Las heladas sufridas recientemente han sido intensas y con importantes daños en la producción vitícola, especialmente en las variedades con destino a uva en fresco y pasas. Como en setiembre de 2013, estas bajas temperaturas fueron precedidas por días con temperaturas inusualmente altas que aceleraron los procesos de floración en frutales de carozo y de brotación en vid, estados fenológicos de mayor sensibilidad a las bajas temperaturas. Esto se vio claramente en variedades de brotación temprana en zonas primicia de la provincia. Estimar el impacto del fenómeno sobre la producción de uva en este momento resulta más complejo debido a la diversidad de situaciones resultantes de la combinación de los factores: variedad – ambiente (humedad del suelo, relieve y microclima) que determinan el estado fenológico (sensibilidad) y la intensidad del fenómeno. Pero a primera impresión por lo visto en el campo las heladas han generado daños severos. Informes de profesionales privados y de INTA exponen algunos conceptos que permiten comprender como puede verse afectada la productividad de los viñedos y parrales. El efecto de la productividad, ante muy bajas temperaturas durante la brotación pueden dañar la yema primaria, con pérdidas de producción, pero no de crecimiento. El brote emergente y, luego, las hojas todavía inmaduras son muy sensibles a heladas. Recordamos que una helada primaveral puede afectar a dos de los componentes del rendimiento: el número de brotes y el tamaño de los racimos, ya que puede afectar la diferenciación floral en caso de que el brote resista la helada. El frío ha dañado los brotes principales y los posibles racimos se han perdido. Seguramente el rebrote traerá carga pero ya los racimos por brote son de mucho menor, por ende baja mucho la productividad. La fertilidad de las yemas secundarias depende de cada variedad, por lo tanto solo se podrá evaluar el impacto del daño por heladas en los rendimientos una vez que avance el ciclo y puedan identificarse con claridad cada uno de los componentes del rendimiento.

YEMAS DE LA VID

El rendimiento de la vid está establecido básicamente por el número de yemas por unidad de superficie (yemas / hectárea fijado en la poda); número de brotes por hectárea; número de racimos por brote; número de bayas por racimo y peso promedio de las bayas. Si observamos un sarmiento podado a pitón a simple vista aparecen una o dos protuberancias en la posición de las yemas axilares (yema franca y pronta). Es necesario aclarar que corresponden a un yemario, o sea, a un conjunto de yemas. Debajo de las escamas que protegen las yemas latentes se encuentra un cono principal (de mayor fertilidad), un cono secundario, uno terciario, e incluso de mayor rango. Generalmente el cono principal es el que brota, sin embargo en situaciones de excesivo vigor o por daño del brote principal se desarrollan el resto de los conos. Es necesario primero recordar el carácter bianual del ciclo reproductivo de la vid. Ya que el número de inflorescencias (racimos principales) de un pámpano o brote quedará determinado el ciclo anterior al de su aparición, en la yema latente que dará origen al nuevo brote. El número de flores y posteriormente de bayas (granos de uvas) queda determinado durante la brotación, floración y cuaje del año de vendimia. Estos dos procesos, llamados en adelante inducción de inflorescencias y diferenciación floral respectivamente, son condicionados por el genotipo (variedad y/o clon), las condiciones agroecológicas ( temperatura, luminosidad, humedad relativa, precipitaciones, vientos, fertilidad física y química del suelo, presencia de plagas y enfermedades) y el manejo del cultivo. Al iniciarse la formación de las yemas en las axilas de las hojas, son todas idénticas y sin racimos, permaneciendo de esta forma hasta cuando el pámpano reduce significativamente su tasa de crecimiento (floración-cuaje). A partir de este momento crítico puede comenzar la inducción de inflorescencias, para pasar a ser fructíferas. Este proceso comienza desde la base del pámpano hasta su extremo.

DESARROLLO

En una vid considerada ’equilibrada’, la tasa de crecimiento de sus pámpanos se reduce a partir de floración – cuaje, para casi detenerse por completo al llegar el envero (comienzo del proceso de maduración). Esto es importante ya que en este período la vid redistribuye sus fotosintatos a reservas y maduración de la uva. Esta acumulación de reservas es fundamental en la diferenciación de yemas fructíferas. Cualquier alteración del ciclo normal de desarrollo de la vid, tal como un crecimiento excesivo y continuado, un crecimiento débil, exceso de cosecha, accidentes climáticos, etc., retrasan la inducción de inflorescencias, reduciéndose también el número de racimos, su tamaño y la perfección de su forma. Altas temperaturas y alta luminosidad, entre floración y envero, favorecen la fertilidad de las yemas latentes. No así las bajas temperaturas y la falta de luz. Si bien la yema principal es la que presenta los mayores índices de fertilidad, los conos secundarios o contra-yemas pueden tener diferente grado de fertilidad dependiendo, principalmente, de la variedad. Desde el inicio de la brotación de la yema latente, en los racimos principales, predeterminados en la temporada anterior, comienzan a formarse los inicios florales. Desde este momento y hasta floración, la disponibilidad de sustancias de reserva, agua y nutrientes, velocidad de desarrollo del pámpano y condiciones ambientales, entre otras, determinan el número de botones florales que llegarán a floración. Las bajas temperaturas en este momento son la causa de los mayores trastornos en la floración. Las temperaturas óptimas para la floración y fecundación están comprendidas entre los 20 y 27 C, produciéndose una apertura floral en malas condiciones por debajo de los 15 C y por encima de los 30 C.