Se cumplió ayer un año más de la muerte del Subteniente Oscar Augusto Silva y como sanjuanino y veterano de Malvinas siento que tengo la obligación y el deber de recordar a este héroe, hijo de esta tierra, que ofrendó su sangre por la patria, y que injustamente ha quedado olvidado en el recuerdo de sus comprovincianos.
El siguiente relato ha sido elaborado con los testimonios de los compañeros del teniente Silva que lograron sobrevivir a los duros combates en los últimos días de la guerra de Malvinas.
Destinado en el Regimiento de Infantería 4 de Monte Caseros, la primera misión del subteniente Oscar "El Sapo" Silva fue en la península Freycinet, con la consigna de dar la temprana alarma de algún posible ataque por mar. En todo momento Silva se mantenía preocupado por los soldados conscriptos. Hacía todo lo que podía por mantenerlos bien física y espiritualmente. Rezaba, consolaba, apoyaba. Porque todo era una larga espera en la que había lugar para el miedo y la incertidumbre. Mientras esto ocurría, el avance inglés había tenido éxito. Llegó el 8 de junio y pasó a cumplir la misión de patrullar Goat Ridge de noche, mientras que de día debía ocupar espacio en la zona Oeste del Dos Hermanas. Nuestro héroe venía de la tranquilidad de la vigilancia en la península de Freycinet y pasó, de la noche a la mañana, a cumplir agotadoras jornadas de patrullaje en las zonas nombradas.
Tras la caída de Darwin entendían que, si el desembarco había sido al Oeste de la Isla Soledad, ahora tendrían que venir en dirección a donde se encontraban ellos. Cuando en la noche del 10 al 11 de junio, el Regimiento 3 de Paracaidistas británico atacó Monte Longdon; el Comando 42 de la Real Infantería de Marina hizo lo mismo contra Monte Harriet y el Comando 45 de la Real Infantería de Marina se dispuso a combatir hacia Dos Hermanas, nadie se sorprendió. Por eso no les fue fácil. Cerca de allí, la actitud del regimiento fue heroica. Los ingleses avanzaron, pero a costa de mucha sangre propia. Mientras tanto, Silva no perdía la calma, como nunca lo hacía, pero demostraba algo de impaciencia por entrar en combate.
Ordenado a replegarse en Puerto Argentino, para evitar el combate, el patriota hizo lo que debía hacer: pedir un puesto de combate en la defensa y quedarse con todos los soldados de su sección que estaban en condiciones de hacerlo. Fue así que lo ubicaron en la fracción del Teniente de Corbeta Vázquez, dentro de las tropas del Batallón de Infantería 5, y desde allí se preparó para el combate final. Con la oscuridad del 13 de junio comenzó el ataque inglés. Todo el poderío invasor se desató con su violencia y eficacia. Los argentinos resistían y mataban, los atacantes morían y volvían a aparecer como si nunca perecieran. Las posiciones fueron rodeadas, desgastadas, debilitadas por el fuego de artillería, lentamente, con mucho esfuerzo. Sus subordinados y camaradas cuentan que el Subteniente Silva, por no replegarse, eligió desplazarse hasta las posiciones de sus hermanos, los gloriosos infantes de marina del Batallón de Infantería de Marina 5 que aun resistían (BIM 5).
La batalla entró en un punto culminante. En el frente (Monte Tumbledown) se combatía encarnizadamente para mantener la línea de defensa; el enemigo había tropezado con una posición dura, de resistencia feroz, de fuego intenso.
La desproporción de tropas es tremenda, pero la resistencia argentina inscribió epopeyas en tinta de sangre. Los ingleses intentaron una y otra vez romper la defensa desde la tarde del 13 y hasta la mañana del 14 de junio de 1982. El heroísmo manifiesto de la resistencia ante la embestida invasora hizo que los británicos se replegaran más de una vez. Allí estaba Oscar Augusto Silva, tenía 24 años y se iba a casar ese mismo año. Su voz firme gritaba: "Vamos, soldados de hierro… ¡Viva la patria! ¡Fuerza soldados de mi patria!"
La lucha era terrible, el fuego contra el fuego, el Sol despuntaba en el horizonte cuando su fracción es sobrepasada por la masa de las fuerzas enemigas. Miró y vio que estaban siendo arrasados, sobrepasados; tomó su fusil y colocó la bayoneta, ya se había quedado sin municiones, y con fusil armado a la bayoneta emprendió su último combate cuerpo a cuerpo.
El 15 de junio de 1982, el Capitán de Fragata Carlos Robacio, jefe del Batallón de Infantería de Marina (BIM) Nº 5 y el Comandante inglés recorrían el campo de batalla. Los muertos ingleses ya habían sido retirados y era el turno de los caídos argentinos. De pronto, el jefe británico, sorprendido, lo llama al oficial argentino y le señala un cuerpo. Tenía los ojos abiertos, el rostro sereno, una herida cerca del hombro, otra cerca de la cintura y la mano aferrada furiosamente al su fusil. Decidieron que lo enterrarían con el arma que se negaba a devolver y según tengo entendido fue el único soldado argentino sepultado con su fusil, mérito que sólo ostentan los más bravos guerreros.
