Cristian Oscar Fretes ratificó ayer en la Sala II de la Cámara Penal, su decisión de recibir la máxima pena por matar a golpes y puntazos a su mujer embarazada, Estela del Valle Bustos (30) delante de dos de sus cuatro hijos, el 25 de mayo del año pasado en Chimbas. Y aunque pareció componer una escena de hombre afligido y dijo estar ‘destruido’ por lo que hizo, se refirió a las víctimas como si se tratara de otras personas y no parte de su entorno íntimo: ‘Sé que hice algo muy grave no tan sólo por quitarle la vida a esa mujer sino también por hacer sufrir a esos cuatro chicos’, dijo Fretes ante los jueces José Atenágoras Vega, Juan Carlos Peluc Noguera y Ernesto Kerman, cuando ratificó el acuerdo de juicio abreviado al que arribó a través de su defensor oficial, Mario Vega, y la fiscal de Cámara Alicia Esquivel, tal como anticipó este diario.
Para agregar luego: ‘quería que esto se termine pronto, que mi familia se quede tranquila, que a lo mejor no se me note el dolor pero por dentro estoy destruido, porque ha sido la mujer que estuvo siempre conmigo’.
Antes de arribar a la sala de juicio buscó esconderse del fotógrafo. Y ya ante el tribunal corrigió su fecha de nacimiento en Santa Fe cuando le pidieron sus datos personales: aclaró que nació el 18 de noviembre de 1978 y no el 11 de agosto del mismo año como figura en su prontuario. Dio su domicilio, dijo que es changarín, que sabe leer y escribir y admitió sólo una de sus dos condenas: ocultó la de 5 años por robo que recibió en Córdoba, y sólo reconoció la de 7 años que le impusieron por intentar matar, el 2 de marzo de 2002, a su padrastro.
Esa vez el hombre recibió 4 disparos por interponerse entre el agresor y su mujer, por entonces embarazada de su primer hijo. Luego, Fretes confesaría que no quería dejar descendencia porque él era una ‘mala persona’.
Después escuchó como si nada la lectura de los terribles hechos que le atribuyen, esos que culminaron con 12 años de reiteradas palizas a la víctima y también a sus propios hijos.
Por aquellos días Estela y su familia vivían en el barrio Las Alondras, en Chimbas. Y en su última tarde, preparaba sopaipillas para ir al Parque cuando Fretes la derribó de una trompada, por celos: uno de sus hijos había dicho que su madre tenía un ‘amigo’. A esa piña le siguieron otras, patadas, golpes con un bolillo y puntazos con un cuchillo que terminó roto. En el medio, también repartió golpes a sus hijos de 4 y 10 años cuando buscaron interponerse. Al mayor, lo obligaría luego a bañar a su madre y mentir de que los asesinos habían sido otros. Ahora, el tribunal debe sentenciar.
