La mujer blanca fue el botín codiciado del indígena que asolaba las poblaciones criollas. De las angustias y sufrimientos que las cautivas debieron padecer hay un vivo registro en nuestras letras. Esta dramática situación ha servido de lacerante tema a poetas, escritores y dramaturgos.

Buena parte del siglo XVIII vivió y sufrió el drama de la joven robada para convivir con un cacique o capitanejo en la estrechez del toldo, cercado por la vigilancia y los celos de las "chinas” favoritas de aquel serrallo bárbaro. No se falta a la verdad cuando en la versión cinematográfica de "Martín Fierro” un indio apela al cruel recurso de desollar la planta de los pies a una cautiva para evitar su huida, como cantaba el personaje de Hernández: "Hacían el robo a su gusto/ y después se iban de arriba/ se llevaban las cautivas/ y nos contaban que a veces/ les descarnaban los pieces/ a las pobrecitas, vivas”. Las luchas con los Pampas y los Ranqueles se singulariza por una voraz apetencia: La del indio del Sur por la mujer blanca. También Córdoba, San Luis, Mendoza, Santa Fe y parte de Buenos Aires se vieron envueltas en el dolor de ver desaparecer a hijas rumbo al audaz indígena, llevadas en trágico redoble de cascos sobre las cruces de las cabalgaduras como preanuncio de un crucificado destino: muertes, saqueos, incendios. "Tener una hija o una mujer cautiva de los indios era peor que llorarla muerta”, decía allá por 1890 un antiguo vecino de Azul, en Bs As.

Hasta nuestros días han llegado ecos de aquellos llantos y trágicos sucesos en obras como "La cautiva” (Esteban Echeverría ); "El indio del desierto”, "La lanza rota” y "Alarido”, de Dionisio Schoo Lastra. Ciertamente existen críticas de los partidarios de la integración pacífica a los procedimientos violentos de la última campaña militar al desierto. Pero también es cierto -y existen pruebas- del tráfico de haciendas robadas en las estancias bonaerenses por indiadas de origen trasandino, cuyo comercio se denuncia en el propio Congreso chileno en 1870. Leyendo los partes militares de las diversas expediciones al desierto, espeluzna comprobar el número de cautivos blancos rescatados. Cientos, doscientos, trescientos infelices -la mayoría mujeres- eran vueltos después de este infierno. Hoy, todo aquel pavor ha quedado atrás.

(*) Escritor.