Muchas veces me pregunté qué nació primero: el huevo o la gallina. No lo sé y creo que no importa. Sí es de interés saber qué es primero: la corrupción o la impunidad y determinar cuál es la relación entre cada uno de estos fenómenos sociales. Ya que hoy invaden nuestra atención.
A golpes de escuchar tantos buenos profesores, aprendí sobre la influencia de la relación causa-efecto; pero no sólo para el desarrollo de las llamadas ciencias duras, sino también y mucho de las ciencias sociales. Comprendí que determinar qué opera como causa y cuál es la consecuencia, ayuda a captar lo sustancial de la cuestión y a partir de ello, darnos planes para ejecutar soluciones a dilemas sociales que nos toca abordar, como el del título. Atacando las causas para erradicar las consecuencias.
Consideremos que la corrupción es consecuencia casi exclusiva de la impunidad. Que, además del tratamiento mediático del tema, válido como alarma social, debemos poner manos a la obra o como se nos dijera sabiamente: "Argentinos a las cosas".
Con esta intención, lo primero que creo es que si estoy certero en que la corrupción está causada primordialmente por la impunidad, nosotros los abogados tenemos una inmensa deuda moral y social, dado que la impunidad es un estado de situación del que somos responsables centrales, los profesionales habilitados por el Estado para procurar y hacer Justicia.
Es fácil: si los niños saben que a un mal comportamiento le sigue un castigo casi seguramente (relación causa-efecto), es altamente probable que se porten mejor. Traspolado este razonamiento de nivel inicial al ámbito de la delictuosidad, tendríamos resultados similares, con beneficios institucionales y pingues ahorros económicos, según nos hacen presumir los bolsos y cajas de seguridad de la época, como la patria contratista de todas las épocas, etc.
Insisto; si viviéramos en un sistema jurídico institucional, donde lo normal fuera que el que las hace las paga; no sueño con Suecia que está cerrando cárceles, pero las nuestras estarían más desocupadas y además mejor ocupadas.
Colateralmente, y siempre con nosotros -los abogados- como responsables primarios, no únicos; ahora parece que el ritmo de los procesos penales se está acompasando con las elecciones del 2017, por "razones estratégicas". También -y ya no me parece-, estoy seguro; las investigaciones mediáticas y técnicas de la corrupción se paralizan o hacen un rodeo, cuando debemos deliberar sobre la otra cara de la moneda.
No olvidemos que el fenómeno de la corrupción, necesariamente requiere de un funcionario público que recibe y de un particular, generalmente sujeto del poder económico, que pone. Hablemos de todo y de todos.
En suma, no haber investigado, juzgado y condenado, desde siempre y en todos los casos, entendiendo que la delincuencia no tiene ideologías, nos ha puesto en este estado de harta corrupción. No ejerzo el derecho penal, no soy fiscal ni juez; pero como abogado tengo vergüenza y me siento en deuda moral e histórica con la sociedad que me ha dado un rol y consideración tan valiosos. Parangonando al filósofo, deberíamos aseverar: "Abogados a las cosas".
Autor – Abogado, UNCórdoba. Licenciado en Ciencias Políticas, UNSJ.
