"Para mí ese gaucho vestido todo de negro que dijo ver para donde iba mi tío, era el diablo…. cuando tomamos hacia donde nos dijo, hicimos unos kilómetros más, nos enterramos en un banco de arena y ahí nos quedamos", decía ayer convencido de la maligna presencia en el campo Enrique Rafael Morales (24), quien protagonizó un drama particular junto a su amigo Martín Luna (30): El domingo salieron a buscar al tío de Morales, extraviado en Mogna, Jáchal, desde el viernes Santo, y también se terminaron perdiendo. Ayer, luego de 32 horas de angustia por su destino, los encontraron sus amigos de Albardón en Alto Mogna, tras haber caminado 40 kilómetros en el desierto, al que soportaron con dos botellas de soda, una de agua, un limón, un picadillo y medio pan. Ayer, contaron que uno de ellos repitió el mismo método se supervivencia de Juan Morales (52 años, vendedor de autos), el primero en extraviarse: Luna, convaleciente tras una operación de vesícula, bebió su propia orina.

Morales y Luna empezaron a transitar el drama de Juan en el mismo lugar: el paraje "Studebaker", a unos 11 kilómetros de Alto Mogna por el camino viejo. El viernes a las 15 se le había enterrado en ese lugar la camioneta Ford Ranger roja recién comprada a Juan Morales, quien partió de allí con la idea de buscar ayuda sólo con un sifón de soda. Casi dos días después, el domingo a las 9,30, Juan Morales era encontrado por un vecino cargando el sifón, pero con su orina y jarilla.

La algarabía por el afortunado hallazgo pasó por el alto el hecho de que su sobrino y Luna no aparecían. Recién a las 17 sus familiares notaron que no regresaban y ahí empezó otro drama. Mientras algunos volvían a buscarlos, cerca de la noche otros avisaban a la policía.

Para entonces Morales y Luna habían empezado a atravesar su propia odisea. El mismo domingo a las 7 se toparon con los bomberos y otros albardoneros donde había quedado la camioneta atascada, entonces la sacaron a pala, abandonaron el Jeep en el que iban con otros y salieron a buscar en la Ranger. Encararon por el río La Laja, al Este, y al cabo de 20 kilómetros se toparon con la extraña presencia de un gaucho vestido todo de negro sobre un caballo, que no tuvo problema en indicarles por dónde iba el extraviado.

Decididos, enfilaron hacia donde les apuntaron y pasaron varios bancos de arena, hasta que en uno de ellos se les volvió a quedar la camioneta. Eran ya como las 12 del domingo y habían recorrido unos 40 kilómetros en el vehículo. Luego de una hora de esfuerzo para sacarla, decidieron dejarla y volver a pie. Antes de abandonar la Ford Ranger fueron precavidos: escribieron en el techo, las puertas y compuertas que estaban bien y hacia donde iban, por si alguien llegaba hasta el lugar donde se atascaron.

Ambos caminaron debajo del ardiente sol sin más protección que sus remeras en la cabeza. Para colmo, Martín Luna está convaleciente por una operación de vesícula que tuvo hace 15 días y eso dificultaba aún más la travesía, contó Luna, padre de dos hijas, chofer de camiones.

Así siguieron por horas hasta que se hizo la oración. En un gran playón de arena juntaron ramas secas y prendieron un fuego para tratar de dormir y pasar la gélida noche abrigados, contaron. El nerviosismo, las ganas de terminar la odisea y los ruidos de la noche evitaron que conciliaran el sueño.

Eran las 7 de ayer cuando retomaron por el sendero, sin líquidos para beber y sin comida, porque el pan se les amohosó, sólo tenían el limón que comenzaron a racionarlo y "a chuparlo cada 15 minutos para poder seguir", precisó Morales. Hasta tuvieron que beber su propia orina para aplacar la sed. Martín pudo pero Enrique, vomitó ante el primer sorbo.

Así continuaron debajo del abrasador calor del campo hasta que dos camionetas de unos amigos aparecieron sobre el horizonte y los auxiliaron. Eso fue a unos 400 metros al Este del camino viejo.

Para entonces, al menos 50 personas (entre policías y particulares) los buscaban, incluso con el apoyo del helicóptero provincial, al que vieron al menos tres veces, pero a lo lejos. Ayer, Enrique Morales decía que había que bendecir la camioneta y venderla, convencido de que esconde algún maleficio.