Lo anunciado por el filósofo Buber, soledad y crisis existencial, parece proyectarse en una forma de individualismo que amenaza la capacidad de establecer vínculos, sobre todo vínculos estables. Se reduce la dimensión dialógica humana a lo transitorio, se instala la cultura de lo efímero, superficial, generándose una fragmentación que deja al individuo en una soledad tal vez más grave de la que vio Buber al comienzo del siglo pasado. Un ejemplo puede ser el matrimonio, cuya razón fundante es el amor, el individualismo que impulsan los vientos de la modernidad tardía, parece tender a reducirlo a una convivencia pautada por un criterio que intente armonizar intereses de cada parte, no fundados en el amor sino en el deseo personal, frente al otro que tiene sus propios deseos. Si el fundamento es el amor en un proyecto de vida común, no aparecen criterios para una eventual ruptura, se proyectan objetivos para toda la vida, la unidad en la familia y la educación de los hijos.

El encierro en sí mismo del individualismo de este tiempo, puede explicar que quien tiene responsabilidad frente a los jóvenes, en la familia o la escuela, no tenga qué decir o no sepa decirlo. Puede tratarse de un individualismo no identificable con la soledad, puede contribuir a realizaciones en proyectos sociales, pero sigue un interés individual.

Pero también se puede sentir soledad y enfrentarse a una crisis de significados, al menos no entendibles en su situación existencial, incluso refugiarse en una marginación y desconfianza ante la falta de credibilidad. En ese ambiente no extraña que cosas importantes de la vida se vean disminuidas en su significado, que se imponga la superficialidad. La pérdida de tradiciones importantes en gran parte de la juventud actual, deja aspectos valiosos de la vida sin considerar, espacios vacíos donde se puede instalar una concepción fatalista de la vida, generando incertidumbre sobre el futuro, o reduciendo la expectativa al presente o al futuro próximo. La falta de proyectos conduce a gastar energías en pasatiempos más allá de una recreación saludable, se frustran aspiraciones nobles; la dimensión espiritual que caracteriza al hombre si no tiene un camino definido, queda expuesta a ofertas engañosas dirigidas a reunir voluntades a favor de un líder o de un grupo.

Ante esa situación cabe preguntarse qué puede entusiasmar al hombre de hoy, en la era de la distracción sobredimensionada y del consumo. La sociedad muestra modelos individualistas, la vida centrada en uno mismo; puede costar instalar la solidaridad en un clima dominado por el culto al placer momentáneo, sin medir las consecuencias. La abundancia de distracción, de consumo estimulado por la propaganda, lleva al yo a encerrarse en una individualidad que busca placer pasajero, en ese caso si sale de sí mismo es para dispersarse en una exterioridad que no da satisfacción plena a las aspiraciones humanas. Salir del encierro en sí mismo no tiene que ser dispersarse, sino encontrar la dimensión dialógica humana, ser capaz de un proyecto común; incluso en la familia hay que recordar esa capacidad de fortalecer vínculos, hoy hay factores que dificultan el funcionamiento familiar, dejando adolescentes casi solos ante las dificultades propias de la edad y de este tiempo de crisis. El individualismo con su autonomía hace difícil aceptar la disciplina, problema actual en la escuela.

Queda algo que podría ser objeto de reflexión, también es la era de la comunicación. La facilidad para comunicarse borra distancias, eso sirve para establecer vínculos, pero pueden reducirse a una virtualidad que dura mientras distrae si no hay un proyecto común, una verdadera amistad; además amenaza con la adicción o dependencia de la técnica.