En el reciente Curso de Rectores del Consejo Superior de Educación Católica (Consudec) realizado en Salta, el presidente de la Comisión de Pastoral Social, monseñor Jorge Casaretto, advirtió que la sociedad debe ocuparse de los casi 900.000 jóvenes de todo el país que no estudian ni trabajan. Lo cierto es que en caso de no revertirse con inteligencia y celeridad, esta profunda emergencia educativa gravitará en el futuro de las jóvenes generaciones.
La vieja escuela pública, orgullo de todos los argentinos desde Domingo Faustino Sarmiento, ha quedado seriamente dañada y desprestigiada por la desidia y la irresponsabilidad populista. La pregunta que surge siempre en estos casos es respecto a dónde hay que poner el foco para cambiar esta oscura realidad. La respuesta tal vez sea que hay que apoyar simultáneamente dos zonas opuestas en el tiempo, determinadas en el corto y el largo plazo.
El primero es clave para paliar los efectos de la pobreza, porque una buena parte de la población no puede esperar a que el país cambie.
Actualmente, tenemos 900.000 jóvenes que flotan sin destino, sin proyecto, sin esperanza, sin horizonte y sin nada que perder, porque ya lo han perdido todo de antemano. No estudian ni trabajan y son un producto del fracaso de nuestro sistema social y educativo que hay que atender de inmediato. Es un ejército que sólo puede volverse contra su país y contra quienes han fracasado en darles una oportunidad.
En el otro extremo del arco, en el largo plazo, hay que ocuparse del síntoma puro y de la causa profunda. Estas prioridades no están todavía visualizadas a la par, ya que tiende a sobresalir la que quema en las manos. Se percibe con claridad la urgencia de lo inmediato pero no de lo mediato. Esto es particularmente cierto en nuestro país.
Hoy el corto plazo es todavía lo único que define nuestras vidas y por eso nuestro destino es totalmente aleatorio, carece de rumbo, y se mueve como una hoja al viento. Sin embargo, a la vez que es irrenunciable resolver las cuestiones de cortísimo plazo, la función esencial de la política, como afirma el prestigioso economista francés Jean Paul Fitoussi, es darle un sentido al porvenir y poner el largo plazo en escena. Comprender esta noción es la condición de posibilidad de sentir la necesidad de contar con una política educativa que vaya más allá de lo partidario y de esta generación.
El corto plazo nos lleva a observar a diario cortes de calles, pero en el largo, es el corte educativo el que amenaza con interrumpir nuestro destino.
