Tan preparados y satisfechos con sus vidas, y tan vulnerables y perdidos, nuestros jóvenes no aciertan a vislumbrar una salida airosa; muchos dicen no tener proyecto alguno que les interese. Los sociólogos detectan la aparición de un modelo de actitud adolescente y juvenil: los "ni-ni", el simultáneo rechazo a estudiar y trabajar.
Jazmín Gulí, psicóloga especializada en constelaciones familiares y terapias de pareja, dice que en los últimos quince años las consultas de adolescentes son por angustias difusas más que por vivencias traumáticas o peleas con los padres. Es la falta de bordes definidos, de límites claros, reglas para oponerse y transgredir. Una nebulosa indiferenciada con terapias para chicos que debían materias de la secundaria, y no saben qué hacer después. Sin saber en quién y en qué creer, o para qué esforzarse, una sensación de sin sentido acompaña a estos adolescentes. En la transición de la adolescencia hacia la juventud, sin ciertas seguridades y garantías, se pierde también el sentido, el para qué hago lo que hago si, en definitiva, nada permanece.
La población "ni-ni" porteña (13 a 19 años) relevada en la Encuesta Anual de Hogares 2008 no asistía a la enseñanza y era inactiva, sin trabajar ni buscar trabajo, era del 3,8%, que se suma a los activos desocupados. Este es uno de los grupos etarios más vulnerable y frágil por su escasa experiencia laboral, calificación y nivel de instrucción.
Por otra parte el 89% asiste a la enseñanza formal, nivel también bastante alto, aunque menor al primario, que es del 97,7%. Estos índices hablan de una crisis de cohesión social, de atracción hacia los valores que dan sentido a la vida, y de la necesidad de profundizar en la intervención estatal de modo solidario y efectivo con los más vulnerables.
