Exactamente la mitad de su vida la vivió en Córdoba, adonde se fue de algún modo escapando a su destino, ese que venía como marca indeleble en el orillo. Reconoce que le pesaban tanta herencia artística y los mandatos que se traducían en la trillada pregunta ¿Y vos vas a ser cantante o bailarín? Pero hoy, a los 36 años y reconciliado con su "karma", como dirá, empezó a disfrutar de los éxitos que cosecha y que ponen en evidencia que había "madera". Su nombre completo resume su historia: Juan Carlos Abraham. Hijo del recordado bailarín, coreógrafo y maestro; y de la cantante Antonieta Chiappini, hermano de Marian, bailarina; hoy toma vuelo propio desde la provincia mediterránea, donde se dedica al canto y a la actuación, con satisfacciones: meses a sala llena con los musicales El Mago de Oz y Mi bello dragón -escrito por Enrique Pinti, con el que ganó un premio Carlos en la pasada temporada paceña-; y el rodaje de su primer largometraje, El dedo, junto a los famosos Fabián Vena y el Puma Goity.
"Me fui a los 18 porque sentía que tenía que encontrar mi propio camino", cuenta Yamel -para la familia- o simplemente Juan. "Tenía 14 cuando murió mi papá y en la adolescencia tuve como una represalia a todo lo que era arte. Siempre me decían "vas a bailar o vas a cantar", y yo no quería hacer ninguna de las dos cosas. Pero bueno, no se puede escapar al karma y terminé haciendo todo" suelta con una sonrisa quien estudió Comunicación Social, trabajó en distintos medios y hoy se desempeña en la gerencia de operaciones del Banco de Córdoba. "Por ahora esa es mi estabilidad económica, todo el demás tiempo lo dedico al arte", dirá.
Si bien de niño había estado en coros y tocado piano, Juan se amigó con el arte en marzo del "90 y desde el canto (su fuerte, es profe recibido).
"Salía de la facu y pasé por la puerta del Teatro San Martín, vi luz y subí -cuenta risueño-. Allí estaba el famoso maestro Hugo de la Vega y le pedí dar la prueba para el coro Pre Juvenil. Yo cantaba y tenía algo de lectura musical… y quedé. Estuve 10 años, viajamos al exterior y a cuanto festival había", rememora Juan, que sigue despuntando el vicio en Cuatro Cuerdas, un grupo de música latinoamericana.
La actuación llegó casi de casualidad, o tal vez de causalidad. Buscaban a un relator para una comedia musical y lo convocaron. "Tenía 26 años y ahí tuve el primer click. Dije "qué bueno está esto, pararme en un escenario de otra forma. Muy lindo el coro pero me gusta esto". De ahí en más empecé a trabajar en musicales con Rodrigo Machado. Hice Dorian Gray, Frankestein, Luna en Batrán y así se fueron dando las cosas….". En 2005, Juan conoció a un actor reconocido en Córdoba, Alejandro Venegas. Con ellos nació la cooperativa El Grito, que en 2006 parió el musical infantil Mi bello dragón. "Y ahí empezó una vorágine, porque tuvimos muy buena crítica. Después hicimos El mago de Oz, que fue un boom en la Ciudad de las Artes (NdeR: uno de los centros culturales más importantes de la ciudad). Llegamos a diciembre y decidimos ir a Carlos Paz, donde recibimos el Carlos a Producción integral", cuenta orgulloso en medio de nuevos ensayos, que desembocarán el 3 de julio en Pinocho. Esto sin contar el rodaje de su primer largometraje, en el Cerro Colorado, dirigido por Sergio Teubal y donde hace de cura.
"Otro sueño. Imaginate. Yo sigo a Fabián Vena desde La banda del Golden Rocket y ahora trabajo con él… es un honor", pinta el muchacho, para quien "empieza a llegar eso que uno veía muy lejano".
"Estoy pasando una etapa artística muy linda", dice no sin reconocer que en su tierra natal, poco y nada se sabe de él. "Sé que allí la gente no me conoce, menos en lo artístico… ojalá algún día pueda ir con una obra"; se promete, consciente de que las comparaciones serán inevitables.
"Yo no me siento heredero de nada, sólo disfruto el momento… aprendí a hacerlo", reflexiona Juan, que se confiesa profundo admirador de su familia. "Son unos grosos, cada uno en lo suyo", repite. Y retoma. "Cuando va dejando de lado la tontera, uno siente que es artista y que no puede escapar a eso. Pero va más allá del legado. Veo que me mueve una gran vocación. Es lo que me significa a mí estar parado en un escenario. Eso que antes me resultaba una carga, ahora me llena la vida".
