La voz de niño contrasta con la personalidad. Juan Brizuela tiene 11 años, pero se expresa como un adulto. Quizás sea que maduró rápidamente tras pelearle mano a mano a la muerte. Juancito, al apodado Corazón Valiente, es el chico que estuvo conectado a un corazón artificial durante 11 meses y quien en marzo pasado recibió un trasplante de ese órgano. El mismo niño que ayer, por primera vez después de dos años, despertó en su hogar de Colonia Fiscal. "Cuando me fui a Buenos Aires tenía mucho miedo… Pensé que ya no iba a volver a mi casa", dice Juan con una franqueza que hiela la sangre.
Aunque ya está con su familia en un módulo habitacional que reemplazó a la casa donde vivía hasta que fue internado, Juan igual necesita muchos cuidados. Por eso se someterá a controles periódicos en el hospital Rawson y a fin de mes volverá a Buenos Aires, para un seguimiento en el Garrahan. "Esto -por volver a su casa- fue una lucha mía, de mi mamá, de todos. El día que llegó el corazón para el trasplante, los médicos me dijeron que no me iba a morir, que me iban a salvar la vida. Y me salvaron", relata el niño. Y agrega que "viví mucho tiempo afuera, pero siempre extrañé mis cosas, estar con mis hermanos. Lástima que ahora que volví ya no puedo andar por la tierra, andar por todos lados… ni tener animales me dejan. Pero igual estoy contento".
Juancito estuvo fuera de su hogar desde julio de 2008. Primero estuvo internado 7 meses en el hospital Rawson, donde le detectaron miocardopatía dilatada (su corazón era más grande de lo normal), y en febrero de 2009 lo derivaron al hospital Garrahan, en Buenos Aires. En abril del año pasado, su corazón dejó de latir y entonces fue conectado a una máquina. Desde entonces pasó a encabezar la lista de emergencia del Incucai y su caso tomó repercusión nacional. El 11 de marzo pasado, gracias a un donante de La Plata, Juan fue sometido al ansiado trasplante y su recuperación fue tan buena, que el martes recibió el alta para volver a su casa. En todo ese tiempo estuvo acompañado por su madre, María, mientras que en San Juan se quedaron Miguel, el padre, y Melisa, Elio y Eliseo, los hermanos.
Juancito arribó a la provincia en la noche del martes, cuando el aeropuerto (atestado un rato antes de funcionarios y periodistas tras el cierre de la Cumbre del Mercosur) ya estaba vacío. Y en una camioneta de la Municipalidad de Sarmiento llegó a su domicilio, donde lo esperaban unos primos con globos inflados. "Nos acostamos como a la 1 de la mañana. Y no pude dormir en toda la noche. Estaba nervioso", cuenta el hincha de Boca.
En la habitación donde duermen Juan y sus padres, hay una puerta del placard en el que se apilan los remedios que debe tomar rigurosamente. "Son 12 por día. Y los de las 7 y las 8 son los más importantes, porque hacen que no rechace el corazón. Si un día me falta uno de esos, ya sí que me voy", explica el niño, con inocente crudeza.
Fanático del folclore y del Chaqueño Palavecino, Juan está encerrado obligadamente por el frío y la nevada. Si bien él puede andar incluso un rato en bicicleta, sabe que sus defensas son bajas y lo mejor es aguantarse en la habitación. "Por lo menos puedo ver la nieve por la ventana", se reconforta. Juan sabe de limitaciones, de encierros y tristezas, ya que durante 11 interminables meses, estuvo conectado a un Berlin Heart, un gran aparato gris que lo mantuvo con vida, pero que lo confinaba a un reducido lugar para pasar sus días.
El frío arremete contra ese módulo habitacional de cemento premoldeado y la estufa halógena no logra calentar el ambiente. Juan no se saca su campera gorda y el humo de la salamandra invade el lugar, pese a que está en la cocina y una de esas paredes es apenas un nailon negro. Y como María, la madre, anda haciendo diligencias y pidiendo un turno en el hospital, Melisa cocina unas verduras sin sal para su hermano. De fondo, suena un cuarteto en esa humilde casa de Colonia Fiscal donde, después de dos años, los Brizuela por fin almorzarán en familia.
