Antes de las 17, los alrededores de la plaza Aberastain empezaron a tomar color. El entusiasmo se dejó ver en la gente que, con el ritmo de canciones religiosas y hasta con bailes que invitaban a moverse, le puso más calor a la tarde. El nudo en la garganta provocado por la emoción no sólo lo sintieron los sanjuaninos que se reunieron para decir ‘hola‘ a monseñor Jorge Lozano, el nuevo arzobispo coadjutor, sino que un grupo de 48 entrerrianos también compartió ese sentimiento. Los colaboradores de Gualguaychú llegaron a la provincia para compartir ese día junto a Lozano y a la vez despedirse del pastor que los acompañó durante años. Tanto los visitantes como los locales vivieron esta festividad entre risas y lágrimas, y acompañaron el inicio de este nuevo camino que emprende la Iglesia sanjuanina junto al nuevo arzobispo.
Todos llevaron algo para identificarse. Estandartes, pasacalles y enormes banderas con los nombres de las parroquias o colegios decoraron la calle. Y al igual que los sanjuaninos los entrerrianos también quisieron destacarse. Con banderas que decían Hogar de Cristo (un lugar que creó Lozano para la recuperación de adictos -ver página 9- ) y con otras que fueron portadas hasta por la cocinera del arzobispado de Gualeguaychú se hicieron notar. Los que se despedía de Lozano conversaron con la gente de esta provincia y hasta se animaron a contar anécdotas que vivieron durante años junto al nuevo arzobispo coadjutor. Y en esas charlas la alegría fue compartida y las lágrimas no pudieron esconderse. Es que, mientras unos gozaban por poder recibir al nuevo monseñor, otros sabían que ya no iban a compartir largas horas diarias con él.
‘Estamos felices de estar en esta bienvenida, pero a la vez no podemos dejar de lado la angustia de saber que ya no estará con nosotros‘, dijo Aurora Galarza, la mujer que siempre le cocinó al religioso en el Arzobispado de Gualeguaychú.
El momento más emocionante de la tarde fue cuando monseñor Lozano salió a saludar a todas las personas que lo esperaban en la calle. Al levantar su mano la ovación fue generalizada, como si se tratara de una gran estrella de rock. Sin embargo, no hizo falta grandes protocolos, vallas de contención ni guardaespaldas para frenar a la multitud, que desde abajo del atrio saludó sin parar, filmó con sus celulares cada momento y hasta lloró. Después, todos juntos caminaron rumbo a la Catedral y en ese peregrinar la felicidad contagió hasta a los policías que custodiaban Tribunales y a los peatones.
