Cristina se lamenta porque ya no puede cocinarle a su hija una sopa con verduras recién cortadas, ni prepararle dulce de leche casero. Desde que se secó la vertiente se priva de hacer sopa para no derrochar agua, perdió la huerta que tenía en el fondo de la casa y tuvo que vender las vacas por miedo a que se murieran de sed. Pero esto no es lo único que le causa pena. Sufre cuando le tiene que prohibir a la pequeña que haga tortitas de barro, para no malgastar el agua. Silvia, su vecina, atraviesa por una situación igual de angustiante a pesar de que recibe 200 litros de agua más que ella, por tener siete hijos. Dice que su angustia crece cuando se termina el agua que llega de Chepes y tiene que usar la salada de la vertiente para lavar la ropa o para el aseo personal. “El agua tiene mucha sal que te corta el jabón y te deja la ropa dura por más que la enjuagués un montón de veces -cuenta la mujer-. Y si te lavás la cara, te arde”. En la casa de la familia Díaz, los adultos toman mate sólo día por medio. Prefieren guardar el agua para que los cinco niños que viven allí tomen un té, mañana y tarde, todos los días. Dicen que una vez que se les terminó el agua potable que les llevaron de Caucete y la otra llegada desde Chepes, intentaron tomar la salada de la vertiente, pero que casi se “mueren” en el intento. “Es intomable -cuenta Antonio-. La que mandan de La Rioja no es potable, pero si la hacés hervir o le echás lavandina la podés tomar en caso de no tener más. Me parece raro que este sábado no haya venido el tanque con el agua de Chepes, capaz que los riojanos se hayan arrepentido de seguir ayudándonos”. Es que, como Antonio, los demás vecinos de Marayes deconocían que el camión que traía el agua desde Chepes, hace dos sábados, volcó un par de kilómetros antes de llegar al pueblo. Pero la ayuda no será interrumpida.
