Juan Pablo II durante la misa del 8 de abril de 1994 en la capilla dijo: "Que justamente la capilla Sixtina es el santuario de la teología del cuerpo Humano’, agregando que ella es "un testimonio de la belleza del hombre creado por Dios como varón y mujer’.

Este espacio sagrado creado en el Quattrocento italiano dejó su impronta artística a través de los artistas florentinos. Pero quien finalmente quien tuvo gran participación fue Miguel Ángel Buonarroti. Su tema central es la historia de la humanidad. Realmente no podría ser de otra manera ya que el Renacimiento colocó como centro de atención de todas las artes: al hombre.

Miguel Ángel logra justamente ese foco de atención en la famosísima pintura de la "Creación de Adán’, composición constituida por las dos manos que corresponden a Adán y a Dios, confirmando aquello de: "Creó Dios al ser humano a imagen suya’ (Génesis, 27).

Los colores de los frescos merecen un capítulo a parte ya que dan lectura también de la contemplación de lo artístico y los acontecimientos históricos. En aquella escena predominan los azules y toda la gama de los rojos. La alegría y la majestuosidad, se expresó mediante el amarillo intenso que destaca la majestuosidad de la Virgen y de Cristo.

Alegría y dolor de sentirse hombres, es la simbología de esta capilla ,sentirse hombres junto a la divinidad de un Dios creador de todo y de todo lo que vendrá todavía…

La capilla requiere así de un inmenso y profundo tiempo para observarla.

En la nave de la iglesia, anclada en Roma, navegan las figuras de San Pedro, San Blas y San Juan Bautista tan parecido al Adán representado.

San Sebastián arrodillado con sus flechas y el hombre siempre en la escena de Caronte, el barquero eterno de la Eneida de Virgilio y también la Divina Comedia del Dante.

Acercar al hombre a la divinidad y encerrarlo en un circulo de belleza y de luz, circulo eterno del regreso de los tiempos en donde el que cree que realmente hace suya la fe, esa gracia que desciende para expresar todo el misterio de la visibilidad de lo invisible como lo expresaba Paul Klee y también el santo padre Juan Pablo II.