Aunque el día que empezó a caer la ceniza llegó a "pensar que era el fin del mundo", admite que las autoridades están manejando bien la situación. Pero le preocupa un poco el futuro laboral de algunos vecinos de Bariloche.
La sanjuanina Adela Molina trabaja en una fábrica de esa ciudad rionegrina, elaborando dibujos sobre cerámica. Ayer, las autoridades de la fábrica "nos dijeron que estudiaban si iba a haber reducción de personal o reducción de horas si no mejoraba la situación", cuenta la mujer enamorada de su Jáchal natal. "Bariloche vive del turismo. Pero, por la falta de vuelos, no están llegando turistas", cuenta Adela, que llegó a esa ciudad hace 31 años en busca de horizontes laborales.
La mujer, de 55 años, vive con su marido, que es peluquero. "Ha bajado la actividad. Mi marido cierra más temprano. La gente en vez de cortarse el pelo compra harina. Espero que vuelvan a funcionar los aviones para que llegue el turismo", cuenta Adela.
Aunque recuerda que las autoridades recomiendan denunciar a comerciantes que sobrevalúan los productos que venden, Adela admite que ha habido sobreprecios en agua mineral y velas. Pero sobre todo en barbijos de 5 pesos que empezaron a venderse hasta 35 pesos, tras la llegada de las cenizas del volcán chileno Puyehue.
Más llamativo es el caso de la gente que trabaja sacando la arena volcánica que se acumula en los techos. "A mí me cobraron 50 pesos. Pero hubo quejas de gente que cobra 300 pesos por sacar la arena del techo", cuenta.
Sin olvidar que hay momentos en que la ceniza "te seca la garganta", Adela recuerda los días en que "los cortes de luz interrumpieron el bombeo de los tanques de agua. De todos modos, las autoridades nos avisan cuando va a haber interrupciones de servicios. Estamos muy bien informados. Yo, por las dudas, junto mis bidones y ollas con agua".
Mientras se ríe al recordar que algunas noches sin luz se las arregló con velas, la jachallera reconoce que "el problema lo tienen los barrios que tienen agua de vertiente, que llega sucia por la ceniza".
Además, hay comerciantes que coinciden en que "no se vende nada. Otra gente se está yendo de Bariloche a Neuquén. Lo que pasa es que vive mucha gente de afuera como yo. Y esa es la gente que más protesta y se quiere ir", según Adela.
La ceniza no para hasta hacer toser a los vecinos. Adela admite que los autos pasan levantando el polvillo mientras la gente espera que un poco de lluvia deje tiesas en el piso a las partículas volcánicas que empezaron a caer el 4 de junio.
Ese día, "vi una nube oscura, grandota. Se hizo de noche en plena tarde. Llegué a pensar que era el fin del mundo", recuerda Adela.
Por estas horas, "no podés ver con claridad ni lo que pasa a dos cuadras de distancia. Hay como una nube que complica la visibilidad. Es terrible la ceniza que hay en el ambiente. Cae un polvo como si fuera talco. Se levanta cuando caminás, cuando el viento mueve los arboles, cuando pasan autos", cuenta Natalia Abelín.
Sanjuanina de nacimiento, a Natalia le preocupa que haya "mucha contradicción. Por un lado, los técnicos toman medidas preventivas. Pero a su vez suspenden clases por un día y después los chicos vuelven a ir, cuando esta ceniza no se va a ir por mucho tiempo".
Como no tienen clases, "los chicos tienen que estar más tiempo adentro. Pero ellos y el resto de los vecinos de Bariloche están muy acostumbrados a estar dentro de casa porque hay muchos días de frío y nieve", cuenta la sanjuanina de 35 años al recordar que el polvillo les hace picar la nariz a sus hijos.
Natalia, una docente que vive hace casi 7 años en Bariloche con su pareja y sus dos hijos, considera que ver a Bariloche por estas horas es "tristísimo". "Cuando ves el lago Nahuel Huapi no lo podes creer. El agua limpia y trasparente que refleja el color del cielo se volvió de color verdoso. Ves flotar bancos de arena. Tirás una piedra y es como si fuera aceite en vez de agua".
El día que llegaron las cenizas, se observaba "una nube caliente del volcán que se chocaba con el aire frío y generaba explosiones como truenos. Eso no es común en Bariloche y asustó a un montón de gente. Después todo quedó como los típicos médanos de playas tales como las de Villa Gesell. Era caminar por calles llenas de arena", remató.
