Carlos Gómez Centurión investigó tanto la cordillera para poder pintarla, que terminó apropiándose de sus colores, su textura, su magnificencia. Una mirada diferente que se abstrae del paisaje para darle un tinte espiritual. Afortunadamente esta forma de ver la gran montaña desde el Norte hasta el Sur quedó plasmada en "Digo la cordillera. El viaje como obra". Una muestra que durante casi tres meses estuvo en exposición en el Museo de Bellas Artes, Franklin Rawson y que terminó con un encuentro en el que los invitados escucharon de boca del artista su pasión por esta serie de cuadros en los que trabajó durante 10 años, el mismo tiempo que llevaba sin exponer en su provincia natal.
"Mi postulado es que no es lo mismo pintar cómodamente en tu taller que meterte en la pura naturaleza y hacerlo desde ahí. Se produce una conjunción, el paisaje se te va metiendo, y cuando llegas, definitivamente, sos otra persona y pintas de otra manera, pintas con todo el cuerpo. Tenés que hacer cosas rápidas, no tenés todo el tiempo para sacarle la esencia al cerro y con ese material pasó a grandes dimensiones. Nunca podría pintar lo que pinto abajo sino hubiese estado allí", relató Gómez Centurión.
Quien cruzó alguna vez la cordillera puede dar testimonio de como el artista logró plasmar sus colores, su relieve, su textura a través de su obra. Y quien conoce la obra no puede dejar de pensarla cuando cruza la gran muralla.
El reconoce que "antes pintaba de una manera muy ordenada, como pintan los arquitectos digo yo. Es que la arquitectura es una disciplina ordenadora, pero la pintura en un punto debe ser desordenadora, todo lo contrario. Entonces me costó mucho tiempo sacar la actitud para lo cual trabajé con artistas, en talleres que me ayudaron a perderle el respeto a la pintura y tirar baldes de pintura, y pintar con todo mi cuerpo, con lo que sea".
Su empatía con la cordillera que lo llevo a plasmarla con tanta intensidad estuvo vinculada a todos los viajes que realizó para aprenderla. Desde el Valle Alto del Colorado, lugar que le impactó por su inmensidad (ahí están los cerros el Mercedario, Alma Negra y la Ramada). De allí son los rojos profundos e impactantes que se pueden ver en algunos de sus cuadros. Del mismo modo pasó por la Yunga jujeña con todo su misterio selváticos y sus verdes increíbles.
Así fue como pudo transmitir estos diez años de viajes que en el cierre de la muestra también se mostraron en un video que registró gran parte de la odisea.
Un ciclo que cierra, pero que deja como legado una visión espiritual de la naturaleza, quizá una de las miradas más profundas que se hizo hasta ahora de la gran montaña.
