Bordados espectaculares con piedras y mostacillas, telas brillantes que se compran fuera de la provincia, muchas horas de hilo y aguja, además de diseños creativos. Todo para que los trajes sean llamativos y estén a tono con la fiesta más importante que tiene la colectividad boliviana en la provincia. A esto se suma el tiempo que le dedican a aprender los pasos, los ritmos y al armado de una coreografía diferente todos los años. Los danzantes no son un elenco de baile. Todo esto lo hacen por fe, por tradición y por devoción a la Virgen de Copacabana. Y muestran todo su esplendor el día de la procesión.

En un principio, los danzantes eran bolivianos o descendientes directos. Hoy en día participa gente que no tienen nada que ver con la comunidad, pero que, por cuestión de fe, decide convertirse en un danzante. Entre las dos agrupaciones bolivianas que hay en la provincia, hay más de 300 personas que realizan la actividad. Participan mujeres y varones. Además, la edad no es un impedimento para formar parte de estos grupos. Por ejemplo, en Villa Saffe hay un danzante que no supera el año y medio y es uno de los nietos de Sabina Franco de Aguilar.

Según contó la mujer, son tres las danzas que realizan: caporales, morenadas y tinkus. Se trata de ritmos típicos de Bolivia y son acompañados con música tradicional. El espectáculo que se despliega durante poco más de una hora que es lo que dura la procesión, no se monta de un día para el otro. Los danzantes se pasan todo el año ensayando y confeccionando el vestuario. Es que jamás usan el mismo atuendo y en cada festividad se pone en juego el diseño y la calidad de la confección. En general son las mujeres las que se dedican a esta tarea, mientras que los hombres ponen fichas a los ritmos y pasos que hay que aprenderse a la perfección porque para ellos, esa es la mejor manera de honrar a la Virgen.