Empezar de cero, en otro hábitat, de cultura a veces muy distinta a la naciente, entablar relaciones nuevas, con la mirada puesta en la supervivencia, no es nada fácil y conlleva cierto riesgo. Unos países pueden ser más acogedores que otros, más pacíficos, pero las amenazas discriminatorias, de explotación y abusos, te las encuentras en cualquier esquina, hasta en tu propia nación. En un mundo tan cruel y oscuro, tan desconcertante e imprevisible, también el futuro es sombrío.

Una de las principales hipocresías del mundo contemporáneo está siendo la rebaja de los sueldos. Hay salarios tan ínfimos que no pueden devaluarse más. Y aún más si eres joven, aunque tengas todos los títulos del mundo. Resulta vergonzoso que no se respeten ni los salarios mínimos y los empleos en precario se consideren como o decentes, cuando lo que se oferta es un mercado convertido en la mayoría de las veces en un instrumento de lucro.

Por lo que se refiere al marco de las relaciones laborales no existe nada más que en las leyes. Puro cuento. Igualmente se lo ha cargado la crisis financiera. La sociedad no ve nada más que por los ojos de la economía, y no sólo está a su servicio, se arrastra si es menester. Por eso, es tan complicado fortalecer una cultura de convivencia y de desarrollo colectivo. Cada uno mira para sí. Además, se acentúa tanto la falta de sensibilidad solidaria, que a menudo se acusa a los migrantes de quitar el empleo a los trabajadores locales, lo que incide en más exclusión.

Es evidente que muchos de los problemas actuales surgen porque el mundo está enfermo, se ha deshumanizado y su mal se crece, precisamente, por la ausencia de justicia. Por otra parte, se ha disipado el deber de hospitalidad, el sentido social y humano de las personas, y en buena medida la responsabilidad de los poderes. Con estas mimbres, va a ser muy arduo poder salir del hoyo en el que nos han metido unos pésimos gestores. Tienen que ser otras personas las que nos liberen de una economía sin ética.

Personalmente, confío en esa juventud estimulada por los valores humanos, por el coraje del cambio, que respeta pero que también exige, que trabaja con fuerza para ganarse la vida, sabiendo que su energía de buena voluntad, idealismo y talento, es tan precisa como necesaria. A mi juicio, hoy el hecho más importante del que todos debemos tomar conciencia es la de dignificar al ser humano. Todos tenemos derecho a vernos libres de la miseria, a tener una ocupación estable, a poder vivir en condiciones saludables.

La juventud también se merece encontrar un empleo decente y esa debería ser la estrategia prioritaria de todo gobierno que se precie, la de ayudarles a hacer realidad sus aspiraciones. Un país que abandona a sus jóvenes, o que les obliga a emigrar por pura necesidad, debería dimitir cuanto antes. Es la juventud la única que puede ayudarnos a recuperar lo perdido, aportando ideas nuevas e innovadoras.

Se precisan otros estilos de vida, otras maneras de pensar, otros modos de hacer y es el espíritu juvenil el único que puede llevarlo a buen término. Están en la edad de los sueños posibles, de la ausencia de egoísmos, de los excesos de donación, de la mirada limpia y del genio vivo. No les cortemos las alas. Requerimos su empuje entre nosotros.