Como la publicidad de una bebida gaseosa local, podría decirse que la Doble Difunta Correa es “única”. Aún cuando ya no termine en el velódromo y no cuente con el masivo apoyo de los habitantes de los Departamentos y barrios aledaños a la Capital, sigue siendo, como le dicen los ciclistas, “la Difunta”. Esa carrera que atrapa por la devoción que tienen sanjuaninos y no sanjuaninos en la figura milagrosa de Deolinda Correa y su historia, que aún rayando lo mítico, es un dogma de fe para muchos, entre ellos los ciclistas quienes todas las semanas programan su entrenamiento de largo aliento con el viaje a Vallecito, paraje donde está el santuario.
“La Difunta” en su nueva versión, la que durante los últimos tres años tiene principio y final lejos de la Capital, mantiene en su interior un trayecto que exige a fondo los físicos y ánimos de los pedalistas. El viaje por la ruta 20 hasta empalmar con la ruta 141 con sus continuos serruchos que culminan en la Cuesta de las Vacas, invita a los rodadores a romper el pelotón para seleccionar el grupo de cabeza. Suele ser esta una carrera que se define en racimos pequeños de pedalistas. Muchas veces el ganador es un llanero solitario que arremetió contra los molinos de viento y se quedó con el premio mayor.
Como es habitual a la presencia de los ciclistas sanjuaninos se agregarán valores de otras provincias, quienes en muchas ocasiones, sacando provecho de la rivalidad de los equipos locales, festejaron la victoria final. Posiblemente ese circuito final equipare las cargas, o no. Resulta distinto transitar por ruta abierta que cobijado de los vientos entre edificaciones y gente. Los fuertes rodadores, además deberán ser muy pensantes porque una fuga larga antes de los tres giros finales puede ser estéril. Y sino, pregúntenle a Daniel Zamora, que el año pasado guardó fuerzas hasta los últimos 3.000 metros y metió un estiletazo mortal para sus rivales.
