El hombre, originado humildísimamente en el primigenio del hidrocarburo, es indiscutiblemente un ser contradictorio. Esa contradicción le permitió construir civilizaciones deslumbrantes que demandaron milenios de esfuerzo que no vaciló en destruir. Herencias culturales reconocidas de muchos pueblos desapareció barrida por el odio de otros pueblos. Al decir de Silvia Drei, el pasado histórico de la humanidad atestigua al hombre como especie constructiva-destructiva.

¿Por qué destruye el hombre? Guerras, homicidios, drogas, atentados terroristas, una y mil caras de la violencia ¿es necesaria para la evolución humana? ¿A la adaptación de la especie?.

Nuestra época que algunos la llaman "’Edad de la ansiedad” no es ajena a esta constante: dos paralelas alarmantes nos colocan en la reiterada disyuntiva; por un lado el gran adelanto técnico y científico nos proyecta a los umbrales cósmicos, por otro un índice elevadísimo de delincuencia, crimen y toxicomanía nos sumergen en el interior caótico del hombre. Sobre estas dos paralelas aletea, sombría, una siempre posible guerra o atentado terrorista en algún punto de nuestro planeta. El pequeño gesto de apretar simplemente un botón borraría parte de nuestro mundo y con él, toda forma de vida.

Uno de los países más comprometidos en la aventura espacial, es también el que presenta el índice más elevado de delincuencia juvenil, drogadictos, alcohólicos y psicomáticos, pero además paradójicamente es uno de los que con más fervor investiga, experimenta y hasta exige el tratamiento de estos afectados.

En nuestro país, donde abunda lo bueno y lo malo, psicólogos, psiquiatras, pediatras y sociólogos hace muchos años que proclaman medidas preventivas y curativas para enfermedades o estados originados en la "’edad evolutiva” es decir desde el nacimiento hasta los 16 o 17 años aproximadamente.

No hace mucho se realizó en Buenos Aires un simposio patrocinado por la Academia Americana de Pediatría de los EEUU. El debate versó sobre dos temas: Disfunción cerebral mínima, trastornos de aprendizaje y trastornos o alteraciones psicosomáticas. La doctora Telma Roca, presidenta honoraria, se manifestó alarmada ante el crecimiento de las enfermedades psíquicas de la juventud. La disfunción cerebral mínima, dijo, "’se manifiesta mediante alteraciones de los reflejos motores (a nivel mínimo) y de la función intelectual: alumno distraído, de conducta agresiva; los trastornos psicosomáticos (expresiones físicas de un estado emocional) provoca irregularidades digestivas, espasmos respiratorios -incluso asma- etc. son maneras de expresar mediante el cuerpo que el niño no se atreve a manifestar oralmente”.

La información periodística nos dice a diario de hechos delictivos ejecutados en número cada vez mayor por jóvenes que no han cumplido los 15, 16 o 17 años.

Nuestra llamada "’edad de la ansiedad” es época de conocimientos, adelantos científicos, pero de poco nos servirá el intrincado mundo cósmico, si hacemos de nuestros niños de hoy lamentables crónicas policiales de mañana.

(*) Escritor.