Inmensamente triste". Esta es la carta que Aníbal Fernández le escribió a Néstor Kirchner:

"Únicamente comparable con el día que murió mi viejo. Y en la medida que se me hace carne el hecho de saber que no lo volveré a ver, más triste me pongo, sin consuelo. Desde que el Ruso me llevó a verlo a fines de 2002 para subirme un par de meses después al avión que lo llevaba a un acto de campaña en Paraná para no bajarme más, no he dejado de admirarlo y con el tiempo de quererlo entrañablemente. Él lo sabía muy bien. Me conmovía ese determinismo calvinista exhibido en cada una de las cosas que emprendía. No puedo perder, es mucho lo que tenemos que hacer y te cuento en el equipo. No lo dudes un segundo".

Increíblemente convencido y convincente. Lo acompañé, lo escuché, lo vi actuar.

Aquella definición contundente ante la Asamblea Legislativa me mató: "No voy a dejar mis convicciones en la puerta de la Casa de Gobierno". Un cuadro político inigualable. Cabrón, vehemente, con la velocidad de un rayo, guapo, decidido, buena leche, buen amigo y un brillante jefe y maestro. El mejor. Con un futuro lleno de cosas por descubrir pero plagado de política. Todo para la política.

Y hoy viene a morirse. ¿Cómo sucedió semejante cosa? Eso no estaba en los planes ni de él ni de nadie. No encuentro respuestas. Escribo, lloro y no encuentro respuestas. Flaco querido ¿entendés que no tengo consuelo? Estoy viejo para pendejadas pero no tengo consuelo.

¿Vos crees que es por la política? No. Sabés que la Señora es la mejor por lejos y seguirá profundizando ese modelo en el que tanto has confiado y que sin lugar a dudas resolverá definitivamente la vida a los eternamente excluidos, a los trabajadores, a los jubilados, a los que reclaman justicia.

No. No es por la política. Es porque vos no estás, no estarás y eso me parte al medio. Y no tengo consuelo. ¿Por qué tiene que ser así? ¿Por qué? No lo sé, no tengo respuestas, juro que no las tengo. Te quiero mucho Flaco. Que Dios te bendiga".