Seis campeonatos jugados, seis títulos ganados. Una ecuación perfecta que tiene dueño en la gran esperanza del fútbol argentino: Lionel Messi. Dueño, además, de una triste paradoja porque con el Barcelona ya no brilla ahora encandila pero que tiene una deuda interna con la camiseta de la selección argentina. Este 2009, Messi terminó cosechando todo lo que sembró desde que su familia decidió irse a España para seguir con ese tratamiento hormonal que podía darle cuerpo a todo el talento que la Pulga ya traía de fábrica. Las interminables sesiones, las dietas nutricionales, el sacrificio, recibieron la coronación con todos los trofeos que Lio levantó en esta temporada. Con Pep Guardiola como técnico en el Barza, Messi encontró la libertad y el ambiente futbolístico para explotar. Primero fue ganar la Liga Española con récord de victorias, luego llegó el momento de la Copa del Rey y de la Supercopa Europea. Faltaba algo más para terminar de hacer historia y Lionel lo vivió en el Mundial de Clubes donde terminó siendo verdugo de las ilusiones de Estudiantes de La Plata con ese gol de pecho que levantó ira en La Plata y alabanzas en Barcelona.
Dueño del equipo sin hablar casi, Messi sabe que todo Barcelona gira en torno suyo y respondió con apariciones desequilibrantes. Tirado de mediapunta, con esas diagonales de derecha a izquierda que son tan suyas, Lionel empezó a tomar el trono que solamente Maradona gozó. Le falta la gran materia pendiente y no es con la camiseta azulgrana del Barcelona: rendir en la selección.
En el tortuoso camino de las Eliminatorias a Sudáfrica, Messi anduvo como el equipo. Con destellos nada más. Sufrió en Bolivia la goleada histórica, más tarde en la altura de Ecuador, luego en la tremenda y angustiosa noche del gol de Palermo a Perú y hasta estuvo en la crucial victoria que fue pasaporte mundial en Uruguay pero nunca fue el Messi que todos querían. Esa deuda aun lo condena y dentro de seis meses tiene la gran posibilidad de saldarla.
