Según Sara Hodara cuando hablamos de una persona adulta nos referimos a un lapso que oscila entre los 45 y los 60 años. Esta apreciación parece amplia y subjetiva; y es así porque no se ha encontrado la fecha fija que permite determinar cuándo un adolescente deja de serlo y pasa a ser adulto o cuándo una persona "’entrada en años” empieza a ser anciana. Simplemente transitamos el tiempo y un día nos encontramos con que todo ha pasado demasiado pronto. Comenzamos entonces a transitar la edad a la cual hicimos referencia al comienzo. Su entrada en muchos casos, hace inevitable una especie de crisis, lo mismo que en el aspecto comercial -valga la comparación- sufre un negocio cuando al tomar incremento debe superar la "’crisis del crecimiento”. Crisis significa entre otras cosas, revisión, planteo. Esto quiere decir que los esquemas de vida no podrán ser mantenidos porque se ha crecido más y porque toda la organización familiar ha cambiado social y económicamente.
Con el desarrollo de la Gerontología se observa un creciente interés por la vejez. Sin embargo ha quedado rezagado el estudio de las dificultades y problemas emocionales, físicos, laborales y sociales en general, que exigen de tal manera al individuo que termina por abrumarlo. En esta etapa ha logrado formar una familia, educar a sus hijos, construir un cierto bienestar. Pero no todos pueden disfrutar esos logros. Aparecen nuevos problemas: el inestable o fugaz matrimonio de sus hijos, sus propios padres han envejecido, enferman y que deberán ser su sostén, además de otros posibles problemas que pueden derivar de estas situaciones. En este período el hombre percibe ya el lógico e inevitable límite impuesto por el misterio de la creación. En esto reside el conflicto fundamental. El fallecimiento de sus padres, de un amigo de la infancia, de un familiar lo enfrentan con su propia realidad. El final ya no es algo lejano o que le pase a otros, sino que "me puede pasar a mí”. Y esto provoca reacciones; hay quienes intentan negarlo, esforzándose por mantenerse joven. La propaganda de consumos colabora denodadamente para hacernos partícipes de la adoración de un relativo ídolo: la juventud, donde se enfatizan el triunfo, el amor, la cara lisa, la musculatura tensa. Pareciera que la vejez es la desgracia y la juventud el poder. Pero quizá lo mejor está ahora empezando. Cuántos hombres y mujeres hicieron proezas en el arte, la literatura, la política y las investigaciones científicas a partir de los 50 años. Es en esta edad cuando el ser humano hace uso cabal de su experiencia, de su capacidad de aprendizaje, de asombro y sobre todas las cosas, de amor. En cierta ocasión en que la esposa frente al espejo acicalaba su rostro, se detuvo un instante y dirigiendo la mirada a su esposo le preguntó: ¿Qué me dices de las arrugas en mi cara? Mirándola con ternura el esposo le contestó: "amor mío, he tenido que esperar muchos años para poder vértelas, ahora, déjame gozar de ellas”.
Debemos buscar el verdadero sentido de lo que es la edad, pues es ahora donde la capacidad constructiva, creadora y constructiva, depende la evolución de la madurez camino a la vejez.
