Las 1.970 personas que ocupaban los pisos superiores del edificio en el momento del simulacro dieron pasos lentos y certeros para bajar las escaleras de emergencia. Y no faltó quien dijo "si esto sucediera de verdad, no sé si estaríamos tan tranquilos".

El primer signo de la evacuación comenzó con la detención de los ascensores. Después, las máquinas de humo, que estaban distribuidas en distintos pisos y sectores del Centro Cívico, comenzaron a funcionar. Los ocupantes del edificio abandonaron las sillas y las computadoras, las filas y las ventanillas, para amontonarse al lado de las escaleras.

Esperaban escuchar el sonido de las alarmas para empezar a movilizarse como les habían indicado. Mientras tanto, aprovecharon para conversar y reírse. Y algunos sacaron sus celulares para tomar fotografías a los bomberos que simulaban estar heridos en las oficinas del segundo y el tercer piso.

"Dale, tirá más humo, así se activan las alarmas de una vez", dijo una de las empleadas, que estaba impaciente, a uno de los bomberos. "Che, basta, que esto no es un juego", le respondió una compañera. En ese momento comenzaron a sonar las alarmas y las explosiones, lo que despertó el bullicio de la gente. Parecía que el simulacro había llegado a su punto más emocionante, pero eso duró poco. Todos recordaron que, en realidad, no pasaba nada. Se tranquilizaron y bajaron las escaleras lentamente y en orden. Los últimos en dejar el edificio fueron los bomberos. Después de sacar a los heridos, uno ordenó "vamos, vamos, están evacuando todo". Sus compañeros acataron la orden y descendieron por la escalera del camión, dejando las oficinas desiertas.

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