Año 1823. El general San Martín recibe una herida más en su alma ya sangrante: muere su esposa en la ciudad de Buenos Aires. Pocos meses más y el héroe de los Andes tomará el camino del destierro definitivo del que nunca volverá. Pero antes cumple con un acto de amor y de emocionante recogimiento. Manda erigir un mausoleo muy sencillo y modesto, pero emotivo en su espartana sobriedad. En él, sobre tres ménsulas y una base, una placa de mármol labrado dice: "Aquí descansa Doña Remedios Escalada. Esposa y amiga del General San Martín. 1823”. Envuelto en su soledad lo deja todo. O casi todo. Sus dos grandes amores: la tierra que lo vio nacer y la esposa que le dio la hija.
Pasó el tiempo. La justicia histórica no se detuvo: el reconocimiento de todo el país, el camino hacia la Catedral, el mausoleo con los restos de su esposa lejos de él desde el frío de la eternidad. En 1900 se decide remodelar el cementerio de la Recoleta. Se exhuman restos, se achican tumbas y entre ellas la de Doña Remedios Escalada. Pero la placa de mármol que San Martín mandara tallar no cabía, la dejan en un terreno de las vecindades. La esposa y amiga queda en su sepulcro sin la última frase de amor inspirada por el héroe. El doctor Cirilo Gramajo, de elevada cultura, acierta a pasar por el lugar y al ver la placa la lleva a su casa donde fallece en 1922. Don Enrique Udaondo -meticuloso historiador- después director del Museo Colonial e Histórico de Luján, enterado de este episodio la pide en donación, pero los sucesores del Dr. Gramajo no atienden los ruegos y la placa va a una serie de remates quedándose finalmente con ella Udaondo tras pagar 50 pesos.
Los diarios desatan una campaña periodística fulminante. Se anula la venta, se pierde dinero pero se salva el honor de la Nación y dona la placa al museo de Luján, donde permanecerá 40 años.
En 1945, una Ley del Congreso de la Nación declara Monumento Histórico al sepulcro aunque no haya sido el original. En 1946 la Comisión Nacional de Monumentos Históricos, reclama la lápida para reponerla en la tumba. Comienzan las notas, crecen los expedientes, pasan casi 5 años y la burocracia discute quién debe tener la placa. Enterado el gobernador de Buenos Aires en junio de 1950 dicta un perentorio decreto: "entréguese la lápida”, y la Legislatura dicta una Ley permitiendo la donación al Gobierno nacional. Pero la placa no vuelve porque no se disponen los medios para traerla y queda hasta 1969 en que el presidente del Instituto Sanmartiniano, general Salas vuelve a reclamarla. Nuevo expediente. Horacio Carballal, subsecretario de Cultura de la provincia de Buenos Aires responde a una objeción legal: "…el destino de la lápida es la tumba y no el museo”, y el 4 de mayo de 1970 se dicta el decreto N¦ 1987: "Entréguese definitivamente la lápida al Gobierno nacional”. Faltaría ponerla donde la voluntad de San Martín lo ordenase..
La placa está donde el hombre a quien la patria le debe algo que es todo, quiso que estuviera: sobre la tumba de su esposa y amiga.
