–ÚLTIMA NOTA–
A las 14 del 11 de enero todo había terminado. Casi 400 muertos y otros tantos heridos era el saldo horrendo de la batalla. La sepultura común de tantos hombres anónimos de uno y otro bando da origen al actual Cementerio de Pocito, incrementado a poco por la mortandad de la tercera de las arrinconadas. Este campo fue conocido como de "las cruces de caña", por tanta marca macabra así manifiesta. Aquí estuvo Sarmiento un tórrido diciembre de 1862, con una flor y una lágrima dura por el amigo ausente.
Esa noche de llanto y desgarro extremos, los más de 400 prisioneros fueron amontonados en el cercano corral de cabras.
Al día siguiente, muy de mañanita, el contingente de cautivos inicia su camino a la capital. A Aberastain no le asiste distinción alguna; todo lo contrario. No fue herido en la lucha tanto como por la posterior ignominia y la humillación de la soldadesca. Al llegar a la Calle Real de las Carretas, que por entonces poseía una alameda muy frondosa que llegaba hasta el mismo centro de la capital, suplicó a sus guardianes para que le cedan un caballo o bien lo maten. El comandante Francisco Clavero, que dirigía la marcha, lo hace caer, ultraja su humanidad y ordena sea fusilado al instante, junto a otros desacatados, sin defensa alguna ni juicio previo, en "Los álamos de Barboza”. Eran las 10 de la mañana del 12 de enero de 1861 y el calor de la sangre aquí vertida importunaba la historia. Esta muerte inconsulta traerá graves consecuencias políticas nacionales.
En el lugar, calle Mendoza entre 10 y 11, fue colocada una cruz de madera que el tiempo ennegreció, 20 metros al Sur del sucio monolito actual, a modo de ligera recordación, hasta que en 1898 la legislatura dispone la erección de un monumento con placa alusiva. Este fue inaugurado el 12 de enero de 1936, y la placa con la cruz y los clavos robados hace pocos años. El otro monolito, el que hace erigir de su pecunia la diligente educadora Martha Morales de Figuerola, de la escuela aledaña al molino, se bate hoy contra la agresión, el deplorable entorno y la indolencia oficial.
El comandante Clavero, respetado guerrero de la independencia, huye a Mendoza, su tierra, y de allí pasa a Chile. En 1863 retorna a la pelea y es detenido, enviado a San Juan y puesto a disposición del gobernador Sarmiento. Inentendiblemente, o sí, este no lo somete a juicio pues no existía juzgado federal de hecho, y lo devuelve a Mendoza quedando en libertad.
El 31 de diciembre de 1862, Sarmiento presidió un homenaje descripto por su pluma: "La ceremonia fue emocionante. Un gran catafalco y una urna funeraria a medio cubrir con el pabellón nacional, adornado por una corona de espinas y otra de ciprés, concedieron realce y solemnidad al acto. Ni los griegos habrían reprochado nada a la corrección clásica del espectáculo, en recuerdo del hombre que más hondas huellas de respeto y admiración ha dejado en mi corazón."
Nunca más habrá una recordación similar.
(*) Médico Clínico.
