La montaña es impredecible, por eso la respetan. Dos experimentados efectivos del RIM 22 vivieron en carne propia los caprichos de la cordillera de los Andes al ser sorprendidos por un temporal de nieve y viento cuando iba a buscar una mula cansada, tras dejar a salvo a un grupo de particulares que habían copiado la senda que transitó San Martín. Los hombres que salieron a rescatar al mular dejaron el campamento con un clima que nada hacía presagiar un cambio. Y lo que iba a ser una tarea de horas, se convirtió en una odisea que los puso al límite durante cuatro días, apenas con un poco de fiambre, pan y mate como sustento. Y sin carpas para refugiarse del viento blanco. La fortaleza y su entrenamiento fue clave para sobreponerse a la adversidad, contaron.

Hace unos días, un grupo de cuatro efectivos de la Sección Baqueanos del RIM 22 asistió como apoyo a la campaña de un grupo de particulares, entre los que se encontraban destacados andinistas de San Juan y otras provincias, para realizar el Cruce Sanmartiniano. El sargento Nelson Pérez, el cabo Alberto Villalón, el cabo 1ro Bruno Juárez y el cabo Eduardo Mereles conformaron el grupo de asistencia logística.

Una vez que llegaron al límite con Chile y tras ocho días de actividad en la cordillera, la expedición emprendió el regreso. Todo transcurría sin problemas, hasta que un mular se cansó y no pudo avanzar. Pérez decidió dejar el animal en una vegas, para que recuperara energías, y todo el grupo siguió bajando hasta Peñón Colorado, donde hay un refugio y ya se puede acceder en vehículos especiales.

‘El grupo de civiles quedó a cargo de Mereles y Juárez, mientras que con Villalón volvimos en mula a buscar al animal. Como ya era de tarde, la idea era subir otra vez el Portezuelo, hacer noche y en la mañana temprano volver con el mular a Peñón Colorado. Cargamos víveres para un día y partimos. No teníamos previsión de mal clima y de hecho, los días habían estado soleados’, contó Pérez.


LA NEVADA:


Esa noche hicieron ‘sobre’, que en la jerga significa dormir en bolsacamas abrigados con los aperos del ensillado, bajo un majestuoso cielo estrellado. Sin embargo, como a las 4 de la mañana comenzó a caer una fina nevada. A las 8 ya era una nevada intensa y no divisaban el filo del Portezuelo. Entonces, decidieron subir al Refugio Sardina, donde en los días previos habían encontrado a unos gendarmes, para pasar la noche. Así lo hicieron y entonces el cielo volvió a despejarse, por lo que a la mañana temprano emprendieron el regreso, siempre llevando a tiro a la mula cansada.

Sin embargo, cuando marchaban nuevamente al Portezuelo, otra vez el temporal los golpeó con fuerza. La marcha se hizo extremadamente lenta y esa noche debieron quedarse en un sitio conocido como Rancho de Lata, un lugar con vegas y rocas como único refugio. Colocaron los ponchos térmicos a modo de carpa, racionaron su fiambre, hicieron fuego y se turnaron para dormir, tratando de despertarse mutua y continuamente, para evitar el adormecimiento del frío, que podría ponerlos al borde de la muerte. Esa noche, la temperatura fue de 12 grados bajo cero.


UNA MUERTE:


La mañana los encontró sin viento ni nieve, así que decidieron que esa era la ventana para superar el Portezuelo. De todos modos, la altura de la nieve ya era de 1,5 metros y como las mulas no veían la huella, los hombres empezaron a abrir camino llevando atrás a sus animales, avanzando por el temible Paso de la Honda. Sin embargo, la mula a la que habían ido a rescatar y por la que estaban arriesgando sus vidas, se desplomó y falleció. Fue otro tremendo golpe anímico que sufrieron los hombres.

Tras reponerse, siguieron viaje. Ya llevaban 6 horas de viaje y entonces el mular de Pérez se agotó, sin querer avanzar. Lo esperaron un tiempo y una vez recuperado, llegaron a Las Frías, un refugio en el que unos gendarmes les sirvieron comida caliente. Al día siguiente, emprendieron la marcha, nuevamente llevando sus mulas que estaban más cansadas que los hombres. La marcha cada vez era más lenta y fue antes de Manantiales que a lo lejos vieron un vehículo. Era de su grupo.

Mientras Villalón empezó a hacer humo con hojas verdes para ser divisados, Pérez bajó por una quebrada para salir al encuentro. Horas después, todos se reencontraron en un gran abrazo, para cerrar la aventura más riesgosa de los experimentados baqueanos.