La compleja y creciente crisis migratoria que sacude a Europa está lejos de las soluciones de fondo anunciadas por la Unión Europea y la Organización Mundial de las Migraciones, por un lado y la situación en las convulsionadas zonas desde donde huye la gente en busca de refugio y mejores condiciones de vida. El Mar Mediterráneo contabiliza 3.176 víctimas ahogadas en lo que va del año, al intentar llegar a las costas europeas y supera el número de los dos años anteriores. Un aumento proporcional a los que pudieron alcanzar las costas italianas y griegas. De los 263.000 migrantes desembarcados en los primeros siete meses, 100.000 ingresaron por Italia -24.000 sólo en julio-, sobre todo nigerianos y eritreos, y 160.000 en Grecia, la mayoría sirios, afganos e iraquíes, muchos como una escala rumbo al norte de Europa.
Mientras el negocio de los traficantes de seres humanos sigue prosperando por la debilidad de las autoridades libias, que todavía no pueden recuperar el control de ese país, las naciones receptoras forzadas de la ola migratoria, adoptan decisiones individuales en situación de emergencia humanitaria. Sin embargo, unos 500 millones de euros destinados a la ayuda de los países africanos de origen de los migrantes, todavía no se distribuyen por indecisiones políticas. Esta es una de las propuestas para aliviar la situación mediante un primer envío de recursos financieros aportados a los ‘socios del desarrollo” en que se han convertido los países africanos con un programa para retener a la gente en el lugar, controlando a la hambruna crónica y las guerras intestinas. Como si fueran pocos los problemas, ahora se observa a la migración masiva como una amenaza por la infiltración potencial del terrorismo.
