Aquella idea del inolvidable filósofo griego Platón, de que tres facultades hay en el hombre: la razón que esclarece y domina, el coraje o ánimo que actúa y los sentidos que obedecen, debería formar parte de nuestra vidas. Sin duda, el mundo sería otro porque los conflictos tendrían otra resolución menos violenta, más acorde con las atmósferas armónicas. Ahí está el referente de Gandhi, su admirable aguante de oponerse a la opresión, a la injusticia humana y al odio de manera pacífica. No es fácil defender la dignidad que todo ser humano tiene, cuando se siembra un reguero de inmoralidades e infamias, con la entereza de tomarnos nuestro propio tiempo, para así poder meditar pacientemente sin bajarse de la cruz.

Realmente, uno siente la necesidad de desafiar al enemigo y la impaciencia nos deja sin abecedario en el corazón, con el rostro triste y el rastro del desconsuelo errante, sin ilusión. Tenemos que retornar a la paciencia para sembrar otros lenguajes pacifistas. Sin duda, hemos de compartir menos espadas y más abrazos. Es cuestión de saber esperar con la ternura del silencio, de no abandonarnos a la miseria y de saber perdonar.

En lugar de que la violencia se contagie, injertemos un sosegado diálogo por todas las sendas vivientes, hagámoslo de manera paciente y pacífica; quizás por ello, precisemos ser conscientes de que un corazón junto a otro corazón, pueden salvar horizontes de luz en vez de propagar noches. Sería un buen propósito celebrar de este modo, el aniversario del nacimiento Mahatma Gandhi, líder del movimiento de la Independencia de la India y pionero de la filosofía y la estrategia de la no violencia.

Todo el planeta necesita que la conmemoración del día internacional de la no violencia (recordado ayer), sea algo más que un gesto de celebraciones. La especie debe apostar decididamente, tomándose su tiempo, pero con la perseverancia necesaria para conseguir activar un culto a la cultura de la quietud, de la tolerancia, de la comprensión y no violencia.

Si habita la violencia en nuestros corazones difícilmente podemos cultivar alianza alguna por muchas reformas que activemos en nuestras instituciones nacionales o internacionales. La primera metamorfosis, pues, pasa por nuestras propias habitaciones interiores, que hemos de ser mujeres y hombres de paz.

Por desgracia, el mundo está crecido de actitudes desesperadas y, lo que es peor, sin intención de corregir esta espiral de hechos violentos que nos circundan. Las simientes de odio sembradas acarrean luchas crueles hasta en las propias familias. Las respuestas a los conflictos (de género-familia, de países o del propio orbe), para que se produzca realmente el cambio social, ciertamente dependen del consentimiento de la población, pero también del valor que le demos al ser humano como tal.

Creo que el ser humano debe ser capaz de entrar en paciencia consigo mismo, mirando alrededor y dejándose mirar, buscándose y dejándose buscar, encontrándose y dejándose reencontrar, pacientemente ante esta vida, que es más fugaz de lo que pensamos. Tampoco podemos resignarnos y contemplar indiferentes la violencia que golpea a tantos mortales.