El pueblo en realidad se llama Marayes, pero tiene tanto o más protagonismo, un paraje de ese mismo lugar, conocido como La Planta. Recibió tal designio por la vieja planta de procesamiento de oro, plata y plomo que llevó este sitio a su apogeo entre fines del 1800 y mediados de los “60, cuando la firma Nobleza Piccardo -que era la que explotaba la producción- quebró. Y con ella se derrumbó el pueblo y la gente tuvo que emigrar buscando un mejor pasar. Igual, según cuentan los lugareños, algunos permanecieron. Hoy son 210 habitantes, entre ellos 80 niños.

Allí no hay nada más que algunas viviendas de adobe y mucha tierra. Salvo por el corazón que hace latir al pueblo y por dónde pasa toda la vida en el lugar: la escuela, que no es más que un par de aulas y un salón con depósito dónde funcionan todos los grados desde Nivel Inicial hasta 3º año del Secundario, espacios que también utilizan los docentes para pernoctar en el lugar durante la semana. Algún día, dicen esperanzados, verán terminarse dos aulas más y los talleres (actualmente se aprende teatro, agricultura, computación, educación física, plástica y música al aire libre) que hoy están a la altura del techo pero abandonados desde hace tiempo.

En La Planta hay electricidad -y ya prácticamente no usan los paneles solares, salvo para hacer funcionar la radio oficial, el único medio de comunicación porque no hay señal de celulares- desde el 2009, cuando quedó habilitado el Sistema Interconectado. También tienen agua potable, salvo por el detalle de que la provisión llega de una laguna que si no llueve no tiene qué distribuir.

Sólo en la escuela hay estufas y ventiladores de techo, éstos últimos fruto de una donación de los choferes de Socasa. Igual no es suficiente para soportar las temperaturas en el lugar, que llegan a provocar hasta desmayos.

Según el director de la escuela, en gran medida la furia del clima es producto de la desforestación que se hace para “sobrevivir”. Es por eso que él se ha empeñado en buscar ayuda, oficial o privada, solidaria o intencionada, para lograr revertir la situación. Y tiene un plan para eso.

“La escuela ganó un premio del Programa de Mejoramiento de la Educación Rural de 1.000 pesos. Con ese dinero vamos a hacer un vivero forestal para tener nuestra propia producción de árboles y plantas. Entonces quien tale un árbol, tendrá que plantar dos o tres en su lugar. Lo que yo sueño es que la gente no tenga que vivir más de vender leña porque son cientos los árboles que se necesitan para poder llenar un camión. Es por eso que necesitaríamos ayuda para tener nuestro taller con maquinaria de carpintería, así en vez de vender leña para comprar una cama, la gente va a poder hacerla con sus manos o los jóvenes que no tienen nada que hacer, van a poder realizar artesanías que podrían vender en la ruta o en Caucete o en ferias y así ganarse su sustento. Cortar árboles es parte de esta cultura. Lo que hay que revertir es el uso que se le da y tratar de que tomen conciencia. Ojalá alguien me ayude a hacerlo´, dice Jorge Lozano, esperanzado que esta vez alguien le cumpla su sueño.