Vivimos tiempos de indiferencia e imposiciones, de dejar hacer, hasta el punto de permitir que piensen por nosotros, de acomodarnos a las circunstancias más absurdas; que, por cierto, distan mucho de ese manjar sabroso para nuestro interior como es el de reconocerse en la verdad. Todo este cúmulo de fingimientos, hipocresías, dobleces y ocultaciones, es lo que nos viene impidiendo disfrutar de lo armónico.
Ciertamente, andamos saturados por la fiebre de placeres que nos impiden calmarnos y, así, poder disfrutar de la autenticidad del verso y la palabra, del corazón y de la vida, de nuestros propios semejantes. Hemos edificado tantos poemas falsos que, la misma sociedad humana, camina hambrienta de estética, sin valorar el ardiente deseo de perfección que rueda por el universo.
De ahí, la importancia de la poesía para andar con otro aliento, para sentir de otra forma el místico árbol de nuestras raíces, para crecernos y recrearnos con las cosas más tiernas y humildes, para ser de otra modo, quizás más sentimiento que negocio, o tal vez más melodía que hostilidad. Sea como fuere, debemos reencontrarnos para refundirnos en la unidad. Sólo así es posible anidar un ensueño regenerador. Sabemos que hasta el mismo sueño se desvanece; sin embargo, la vida se vuelve más interesante si no dejamos de soñar.
Tenemos que interesarnos más por nuestra propia existencia. No sabemos otra cosa que alborotar, que entrar en contiendas, que batallar como fieras al dictado del poder mundano. No obstante, tenemos que llegar a la poesía, a ser de la poesía, a vivir en la eternidad de la poesía, a ser más corazón en definitiva. Ese es el punto de confluencia de todas la culturas, la de unir voces y sintonías verdaderas.
Sin duda, nuestra exclusiva historia se verifica en el verso, algo que nos trasciende, y a la vez, nos transporta a un orbe de gozos, adquiriendo un sentido más etéreo que humano. La inagotable mina de bienes cósmicos que nos abrazan han de volvernos más reflexivos, más inauditos, más practicantes de bondad en suma. No hacer el bien es un mal muy grande, pero lo es contra nosotros mismos; en cambio, si buscamos el bien de nuestros análogos hallaremos el nuestro propio. Estamos encadenados unos a otros y, como en el poema, cada verso es distinto, pero todos son necesarios y han de confluir en armonía, para llegar a la inspiración perfecta.
Por eso, la poesía es una herramienta de fraternización, de diálogo y de acercamiento, de mediación y de meditación, de soledad compartida y de silencios vividos, de expresión penetrante del espíritu humano, lo que contribuye a hermanarnos mucho más y a entendernos mejor. La apuesta por la lírica es un envite a las capacidades creativas del ser humano, a sus latidos, a sus genuinos pulsos y a sus legítimas pausas. No entiendo esa ciudadanía que camina desconsolada, sin acercarse a tomar aliento, a respirar profundo y a beber de los horizontes el anhelo de sentirse poesía para el cosmos. Permanecer insensible ante tanta belleza es propio de los inhumanos. Indudablemente, el planeta que habitamos necesita de los poetas, de esos corazones verídicos, para sentirse alguien en un mundo que tantas veces nos hace sentir nada.
