"Se va la luz, se esconde el Sol, pero siempre ha de brillar la antorcha que en su fuego da el calor de la amistad. No es más que un hasta luego…".

Preceptora, estás afirmada en una columna, quitándote protagonismo, es el acto de fin de curso del colegio, otra promoción que se va, como siempre tu mirada atenta y firme exigiendo disciplina, ahí van tus niños desfilando en derredor del patio, todos con antorcha en mano, con el rostro desencajado cantando la canción de la amistad, la canción del adiós: "Adiós, adiós, nunca quizá nos volvamos a encontrar".

Preceptora, van las chicas que a veces te arrinconan pidiéndote consejos sobre maquillaje y otras yerbas. El pibe que en un recreo te juró buen comportamiento eterno a cambio de que lo ubicaras en el banco junto a la rubia de ojos celestes y le cumpliste preceptora y él te cumplió. Pasa Martín, desfachatado, dos veces este año le exigiste que si mañana no venía con sus padres no entraba a clases. Preceptora, ahí van los mellizos, tan graciosos siempre y hoy llorando. Habla la abanderada, el párrafo para contigo es tocante, estremece saber que ya no los verás, que hay que aprenderse una nueva lista para dentro de unos meses tomar asistencia, preceptora se te van, dicen que partir es morir un poco, pero no, ellos parten a beberse la vida, ya están listos y vos tenés mucho que ver en eso.

Llegaste solita a casa, tu pareja ya conoce esta situación, te dice "mi amor, tranquila, ya va a pasar"; unís tu rostro con su hombro, te abraza, el momento se hace eterno, tantas gotas de lágrimas alcanzan para regar un jardín, te sentís como King Kong trepado en lo más alto del gran edificio de Nueva York, con la balacera de los aviones matándote y vos defendiendo a la rubia amada.

Preceptora, un día los llevaste al aula para que escucharan el tema "Pupitre marrón" del grupo Vivencia, y se abrazaron todos y lo llevaron al viaje de estudios y lo cantan en las juntadas, donde una vez fuiste y pudiste certificar los amores que ya sospechabas en las horas libres.

"Por qué perder las esperanzas de volverse a ver". Todo es posible, pasarán los años y en un consultorio te estará esperando el joven médico, que es uno de ellos, y alguna chica llegará a directora del gran colegio o el casamiento de tu hija será bendecido por el sacerdote que no es ni más ni menos que aquel que se sentaba en el tercer asiento contra el ventanal.

Entonces, querida preceptora, a no llorar, hiciste todo por ellos, ya verás que te pagarán con creces, que siempre estarás en sus memorias, que no es más que un hasta luego, que no es más que un breve adiós, que en algún lugar quizás nos volvamos a encontrar.