Hoy el mundo no se concibe sin ellas. Están en escuelas, hospitales y supermercados. Manejan el tránsito y los aeropuertos. Cada día son más poderosas, más pequeñas y están al alcance de casi todos los bolsillos.

Pero hace 50 años, cuando llegó la primera computadora a la Argentina tenían memoria de elefante, igual, esa máquina pionera, revolucionó los ámbitos académicos locales. Hasta ese entonces, década del 60, en Argentina,

los cálculos matemáticos sólo se podían hacer en papel y lápiz, hasta en ámbitos académicos.

En los días en que los EEUU rompían relaciones con Cuba, y en la Argentina Arturo Frondizi caminaba por los últimos tramos de su gobierno, el científico y creador del Instituto del Cálculo de la Facultad de Ciencias Exactas de la UBA, Manuel Sadosky, le pidió al Premio Nobel, Bernardo Houssay un crédito sin usar que le habían otorgado al CONICET, la institución que presidía Houssay. Se trataba nada menos que de 300 mil dólares.

Houssay aceptó la propuesta de Sadosky y utilizaron el dinero para traer al país la primera computadora, con fines científicos y académicos: Clementina, así la bautizaron.

Para la compra se realizó una licitación pública a la que se presentaron IBM, Sperry Rand, Philco y Ferranti. Y ganó una Ferranti, modelo Mercury II, que vino de Inglaterra.

Tocó el puerto de Buenos Aires el 24 de noviembre de 1960, y luego de una extensa puesta a punto, meses después empezó a ser utilizada. El 15 de mayo de 1961 se procedió a su encendido y utilización.

Funcionaba gracias a unas 5.000 válvulas de vidrio y tenía una memoria de núcleos magnéticos de 5 K, menos que un celular 3G o unas 50 mil veces menos que una computadora hogareña de estos días, al menos.

Clementina medía 18 metros de largo, no tenía monitor ni teclado porque entonces se utilizaba un lector fotoeléctrico de cinta de papel perforado.

Instalada en el único edificio que había entonces en Ciudad Universitaria, en Núñez, Clementina obtuvo su nombre porque originalmente el "pitillo" de la máquina emulaba a una canción popular inglesa, Clementina, pero luego los ingenieros argentinos lo modularon para que sonaran tangos.

Unas cien personas, entre matemáticos, químicos, ingenieros y físicos, utilizaron la máquina que realizó trabajos para YPF, Ferrocarriles Argentinos, la CEPAL y para varias universidades.

Tuvo un protagonismo importante trabajando en cálculos astronómicos del astrónomo ítalo-argentino Francisco J. Bobone sobre el pasaje del cometa Halley en 1904).

Además, no tenía monitor ni teclado. La entrada de instrucciones (lo que hoy hace el teclado) se conseguía mediante un lector fotoeléctrico de cinta de papel perforado. Y los resultados (lo que hoy otorga el monitor) eran emitidos por una perforadora de cinta que alimentaba una impresora que llegaba nada menos que a las 100 líneas por minuto.

En cuanto al software, utilizaba el denominado sistema Mercury, que tenía varios lenguajes de programación.

Clementina fue del grupo de las llamadas computadoras de primera generación, las que reemplazaron a las máquinas electromecánicas de cálculo.

Un edificio especial

Se instaló en el único edificio que tenía por aquel entonces la actual Ciudad Universitaria. Pero para que Clementina entrara allí, se tuvo que modificar el edificio. Por el tamaño de la computadora y por el importante sistema de refrigeración que necesitaba, producto del calor que despedían las 5 mil válvulas.

Tuvo un final que no merecía. Fue destruida. Muchas de sus piezas desaparecieron luego de la intervención militar a la Universidad de Buenos Aires por el gobierno del general Juan Carlos Onganía, implementada la llamada Noche de los Bastones Largos, en 1966.