Por primera vez Hugo Chávez vivió una jornada electoral fuera de Venezuela, recuperándose en la unidad de cuidados intensivos de La Habana. Las elecciones se resolvieron con una contundente victoria chavista, que ganó 20 de las 23 gobernaciones, pero con una oposición que ya tiene candidato para un 2013 lleno de retos: Henrique Capriles.

Las condiciones de salud de Chávez, corroboradas por sus propios funcionarios y el hecho de que el mismo comandante haya señalado a Nicolás Maduro como su eventual sucesor permiten reflexionar sobre el futuro institucional de Venezuela en el caso de que el actual presidente tuviera que renunciar a su cargo. La sucesión de los caudillos ha sido siempre un clásico de la historiografía y la ciencia política desde mucho antes de Julio César, y su expresión más redondeada pertenece al vaticinio que Alejandro Magno habría dado en su lecho de muerte: "El más fuerte de mis generales”.

La fórmula no ha variado demasiado veintitrés siglos después y la Venezuela bolivariana no parece una excepción. Su sistema institucional es tan débil, que siendo Nicolás Maduro el vicepresidente y, por ello, legal sucesor de Chávez, éste tuvo que hacer un pronunciamiento expreso, designándolo a dedo, un título seguramente más fuerte que el constitucional. Y cuando la legitimidad desaparece o es demasiado débil, las sociedades retroceden hacia el último bastión de gobernabilidad: la fuerza y siempre en los hombres de armas.

Chávez ha venido conformando una suerte de burguesía militar que maneja no solo sus resortes específicos sino negocios, empresas y emprendimientos tradicionalmente civiles, hoy a cargo de militares en actividad o retirados. Ese poco conocido entramado debe ser el más poderoso circuito de autoridad después de la figura presidencial. La eventual continuidad de Maduro dependerá, entonces, del respaldo que obtenga de esa especie burguesía, ciertamente más poderosa que todos los partidos políticos juntos.

El bolivarianismo dejará un amargo recuerdo en Venezuela y la región, pero debe recordarse que Chávez y los otros hombres y mujeres iluminados de América latina no surgen por casualidad, representan el castigo que la gente aplica a dirigencias políticas erosionadas por la egolatría personal y la incapacidad de llegar a acuerdos profundos, como sucede en las democracias desarrolladas. Mientras eso no se corrija, no solo el venezolano, sino también muchos otros pueblos cercanos perderán oportunidades históricas.