Anfitrión es una palabra que los sanjuaninos debemos incorporar en toda su dimensión y comprensión a la conducta cotidiana de nuestra existencia, porque se ha tornado imprescindible mancomunar en el acto, la unidad de concepción de un pueblo inscripto en una proyección que le exige, aceleradamente, formas y gestiones al ser provincial, con el que todos debemos estar contestes e involucrados y que supera al ser individual. En cualquier ámbito de la vida, saber atender a nuestros invitados, es la garantía de un éxito con especial calidez.

En el intento por definir al anfitrión se ha gastado mucha tinta, pero más allá de lo que pueda decirse, es el claro acto humano de ofrecerse al otro para que se sienta bien y cómodo cuando le abrimos las puertas de nuestra casa. Los viajeros, cuando regresan al pago, cuentan de los lugares que visitaron, hacen referencias y críticas por las cosas que les asombró y siempre destacan al pueblo que les atendió mal o al que les brindó su generosidad. Es común escuchar la frase: "En Écija que es un pueblito español al que se lo encuentra de pronto, nos atendieron espléndidamente bien. La generosidad y amabilidades de su pueblo son asombrosas”.

No es pretensión destacar lo anfitrión que fue el Rey de Tirinto, ni la leyenda de Zeus seduciendo a su esposa Alcmena; ni de Plauto ni de la obra Anfitrión. Nuestra pretensión estriba en unificar criterios que luego puedan internalizarse, con una metodología, en nuestra comunidad sanjuanina, precisamente cuando estamos en vísperas de la fiesta que, nos guste o no, distingue a la provincia más allá de cualquier antojadiza apreciación. El significado del término (anfitrión) proviene de la comedia del dramaturgo francés Molière llamada Anfitrión, en la cual el criado Socia con motivo de un banquete, en la escena final, pronuncia la siguiente frase: "El verdadero anfitrión es aquél en cuya casa se come”. Esta valoración tiene actualmente una significación que trasciende al propio banquete porque de nada sirve este hecho si el paso por la ciudad no satisface al invitado.

Para que San Juan sea una buena anfitriona, todos debemos ser buenos anfitriones. Esto no se logra con el sólo esfuerzo del gobierno ni del Ministerio de Turismo y Cultura. Porque requiere del esfuerzo y colaboración de todos; todos necesitamos que se nos señale el camino y no basta con la publicidad ni con las distintas formas de promoción. Es necesario internalizar en el ciudadano la conducta acorde con el acontecimiento previsible, pero el objetivo importante debe ser que esa conducta sea inmanente al ser sanjuanino durante los 365 días y que perdure en el modo de ser como distintivo propio.

Así como el gobierno en su quehacer del acto formal aporta lo suyo y dinamiza sus estructuras con el fin del desarrollo y resultados determinados e imaginados, también debe instrumentar una prédica organizativa de su comunidad para darle sentido y orientación a la conducta de sus ciudadanos, porque sin motivación (que es distinto al entusiasmo), el espíritu del hombre no se involucra en la causa noble por la cual debe luchar.

En la referencia particular de la Fiesta del Sol debemos extremar la comprensión con el visitante que ignora leyes y medidas provinciales. Debemos, mínimamente conocer las direcciones donde Turismo estará apostado para resolver disímiles inquietudes que se le presentan. La cordialidad del sanjuanino no puede ponerse en tela de juicio bajo ningún aspecto. No lucremos desconsideradamente con el transeúnte, para que vuelva, y aprendamos a ceder con el afán de hacerle sentir bien. Lo peor que le puede pasar al turista es cuando huele que le están estafando. La estafa se perpetúa en cualquier lugar y de distintas maneras que a nadie satisface. Ser un buen anfitrión es un modo inteligente y justo del ser.

"EN RELACIÓN A LA Fiesta del Sol, que sin duda nos distingue, todos somos custodios y anfitriones de la misma, para que ningún invitado o turista regrese a su terruño con la idea de no regresar más a San Juan”.