Hace muchos años, cuando llegaba el día de Navidad a nuestra tierra, la gente la festejaba de un modo tan austero y a la vez profundo, que dista bastante de la actual conmemoración que ahora se ha colado mayormente de ingredientes consumistas o superficiales que la apartan de su verdadera escénica.
La Navidad de antaño no llegaba sólo con el calendario. Sobrepasaba los indicadores del almanaque, ahora tan utilizado por el cosmopolitismo y por una serie de hábitos que son las antípodas del natural espíritu navideño.
Existía una auténtica cultura navideña, portadora de antiguas tradiciones españolas, pero recreadas localmente. Esta cultura navideña se manifestaba espiritualmente a través de una serie de pautas emanadas de lo dogmático, haciéndose realidad a través de variadas conductas y actitudes que acordaban con la buena noticia, palabras estas que significan evangelio.
En cuanto a las costumbres tangibles que habían, y hablando con más detalle, existían un sinnúmero de las para nada onerosas, que cada familia las ejecutaba religiosamente. Para el armado del típico árbol navideño se podía utilizar simplemente algunos ramales de algún árbol similar a un pino, de la huerta familiar, que se seleccionaba con cariño y entusiasmo. Todos los integrantes de la familia participaban en este natural acto. Para decoración bastaba con poseer algunos papeles envoltorios de un chocolate, que servían para moldear pelotas plateadas que colgarían atrayentemente del árbol. La misma materia prima se utilizaba para construir la mítica estrella de Belén.
Al abrigo de este árbol se disponía el infaltable pesebre, con sus típicas figuras que tenían por fondo unas montañas hechas con resto de bolsa de arpillera. Así en un rincón de la casa lucían estos símbolos navideños. La nochebuena, luego de asistir a la Misa del Gallo, se congregaba la familia y parentela y también se le daba lugar a algún solitario vecino, en una mesa hogareña colmada de frugales comidas caseras. El día 25 era tradición consumir un pavo asado, ave muy común en los gallineros caseros. Y luego de los postres sobrevenía un momento muy esperado sobre todo para los niños. Era el reparto de pequeños regalos, los que estaban dispuestos alrededor del arbolito. Por costumbre, la persona de mayor edad de la familia era la encargada de repartirlos, de acuerdo al nombre que figuraba en el pequeño paquete. Todos los integrantes de la familia y los invitados, recibían un obsequio, el cual constituía para cada uno, un auténtico tesoro. Así, de esta simple manera se celebraba la Navidad, una fecha en la cual, además de vivirla religiosa y alegremente, era un día de comunicación en el que no faltaban los gestos de reconocimiento.
