Ahora están insertos en el mundo laboral y aseguran que es posible un cambio de vida. Su logro se debe, en parte, a una gran fuerza de voluntad y apoyo familiar y, por otro lado, a la Dirección de Protección al Preso Liberado y Excarcelado (Patronato de Liberados), del Ministerio de Gobierno, que les facilita la inserción laboral.

Walter Szegedy


La vida no fue fácil para este hombre de 35 años. Fue abandonado por sus padres siendo sólo un bebé y dejado, literalmente, en una zanja. Anduvo mendigando y robando para comer hasta que fue adoptado por una familia a los 9 años. Pero los años de maltratos, abusos y malos recuerdos de la calle le dejaron su huella y ya a los 14 se había convertido en un delincuente juvenil de abultado prontuario. Durante varios años, por necesidad y por costumbre no conoció otra forma de vivir que no fuera delincuencia, por lo que pasó varias veces por la cárcel. Pero su vida tuvo un cambio radical hace 5 años, cuando la Federación Argentina de Ejecución de Instituciones de Pena en Libertad (Faipel) le ofreció una oportunidad laboral estando en libertad condicional. Desde entonces, Walter no reincidió en la delincuencia. Trabaja en la construcción y ahora sólo piensa en sus 5 hijos y en la posibilidad de perfeccionarse para que no les falte nada. "Yo le pido a la gente que le dé una mano a las personas como yo. Hay mucha discriminación y se hace difícil conseguir un trabajo si has estado preso", dice Walter.

Ramón Ormeño


También con una historia trágica y toda una vida por delante, Ramón (29) hoy asegura que es capaz de conseguir cualquier cosa. Algo que hace poco más de cinco años no tenía en mente. Sus padres, si bien eran trabajadores, no pudieron contener a sus nueve hijos. A esto se sumó el alcoholismo que ambos padecían. Ramón, siendo el penúltimo de la familia, prácticamente hizo lo que quiso desde chico. A los 12 años comenzó a probar la marihuana y, al poco tiempo, pasó a los químicos y el alcohol. Como todo va de la mano, también comenzó a delinquir a esa misma edad. Le hicieron falta nueve "caídas" al penal y una depresión aguda para darse cuenta de que toda su vida estaba mal y que había perdido toda su niñez. "A mí me salvó la fe. Empecé a leer la Biblia en la cárcel y a juntarme con un grupo evangélico", cuenta Ramón. Hace cinco años salió en libertad condicional, admite que tuvo sus recaídas pero no como antes. Ahora trabaja en el centro de rehabilitación para alcohólicos Sargad, donde también está internado para continuar su tratamiento, y hasta piensa en convertirse en pastor evangélico.

Amelia González


Es una de las tantas personas que aseguran ser inocentes y que las metieron en la cárcel por error. Estuvo presa una vez, pero por casi ocho años. "Yo trabajé ahí apenas entré y hasta el último día. Hacía de todo, desde la limpieza hasta la comida. Todo lo hacía por mis hijos. Sufrí mucho al estar lejos de ellos", comenta Amelia con lágrimas en los ojos y asegura que no quiere volver nunca más a ese lugar. Ni bien salió en libertad condicional, emprendió sola un proyecto. Sabía que una fábrica de ropa regalaba retazos de tela cerca de su casa y fue a buscarlos. Así, luego de recibir la ayuda de la Asociación Civil Hipólito Yrigoyen (que asiste a sectores rurales vulnerables), emprendió un proyecto comunitario. Allí hacen desde poleras y calzas hasta cubrecamas y cortinas. Venden todo lo que confeccionan y parte de lo que ganan lo usan para reponer materiales. Pero Amelia, de 55 años, no se conforma con eso. También trabaja en una empresa seleccionando uvas. "Ahora vivo con una nieta y trabajo para que ella esté bien y tenga todo lo que no le pude dar a mis hijos durante esos años que estuve presa", dice Amelia.

Antonio Muñoz


Dedicado al arreglo de zapatos, Antonio (55) trabaja todos los días sin descanso, "incluidos los feriados porque en esos días también tengo que comer", asegura. Sus antecedentes penales son varios. Entró y salió de la cárcel muchas veces desde muy joven. Siempre por robar. Pero desde hace cuatro años pudo componer su vida. Abrió su taller de calzados y, desde entonces, no deja de trabajar. Hasta emprendió un pequeño proyecto para criar chanchos en un terreno de 25 de Mayo. Cuando estaba en la cárcel trataba de enseñarle el oficio a los más jóvenes, para que cuando salieran tuvieran de qué vivir. "La calle es muy jodida, ¡a mí no me vengan a contar que no discriminan!", dice Antonio. "Por suerte, yo pude pagarle con mi trabajo los estudios a mis dos hijos y estoy muy orgulloso de ellos porque salieron muy buenos", agrega. Asegura que nunca hubiera podido salir adelante solo. Su esposa e hijos fueron su contención. Y, sabiendo lo importante que es tener apoyo fuera de la prisión, Antonio se ha ofrecido varias veces a recibir en su taller a algún ex convicto para que le ayude con su trabajo.