En el cementerio sólo se pueden ver once tumbas. Algunas, todavía con flores frescas. Sobre el pizarrón de una de las aulas de la escuela hay escrita una frase que lastima los ojos: "Los habitantes de este pueblo nos vamos con lágrimas en el corazón". Por momentos, da la impresión de escuchar las risas de los chicos, como si todavía jugasen en el patio. Pero sólo se trata del zumbido de las abejas que se apoderaron de cada rincón de la escuela. La mayoría de las casas aún tienen las puertas y ventanas intactas. Algunas están cerradas con llave, aunque están abandonadas. Es que en el lugar no vive nadie desde hace unos 20 años. Se trata de Tucunuco, un paraje jachallero que está a 115 kilómetros de la ciudad.
Hasta la huella que conduce a este pueblo parece como borrada por fantasmas. La entrada, difícil de localizar, está por la ruta 40 a mano derecha, al lado de una de las casas del ferrocarril.
Cuando se observa el lugar a vuelo de pájaro, es difícil de explicar por qué la gente se fue dejando parte de su historia en cada habitación abandonada. Pero cuando se llega a lo que fue la plaza, el impacto es inmediato: abundan los árboles secos y el desierto avanza implacablemente. Es que la falta de agua hizo que sus habitantes emigraran. A esto se le sumó la crisis de la olivicultura que comenzó a fines de los "60. Dicen que es porque el consumo de aceite disminuyó. El problema se agudizó a principios de los "80, que fue cuando la gente empezó a abandonar el lugar por falta de trabajo, para no volver jamás.
"El esplendor del pueblo fue en la época de Cantoni, que hizo plantar varias hectáreas de olivos", dijo Beatriz de Correa, que fue maestra de Tucunuco. De hecho, Federico Cantoni se construyó una de las casas más imponentes del lugar y Graciela, su esposa, mandó a levantar la iglesia de piedra en 1955. Se calcula que había más de 80 variedades de olivos que Cantoni mandó a traer de distintos países. Lo que convirtió al lugar en una de las colecciones olivícolas más completas del mundo. Entonces había más de 40 hectáreas con esta clase de árboles.
"Cantoni usó esa casa para esconderse de sus enemigos. En la época del proceso ese lugar también sirvió de guarida de los que escapaban del gobierno militar", dijo la historiadora Leonor de Scarso. Hoy, en este caserón todavía se puede divisar lo que fue la cocina, el baño y los dormitorios.
