La adolescencia es tan amplia en términos de edad, que desde los 14 a los 30 años ni siquiera el joven al haber entrado en la adultez -incluso por ser padre o madre tempranamente-, puede desligarse tan fácilmente de esta etapa, no solo por su comportamiento sino además por sus intereses, deseos, diversiones y metas.

Sucede que hay jóvenes que ya sea en grupo o en íntimo trato por las respuestas a su conducta parecen estas estar motivadas por la violencia, la agresión física o el conflicto de relación, situaciones relacionadas con chispas de provocación o determinados aspectos de la personalidad en desarrollo. Cuando este problema sorprende a los padres ¿cómo pueden estos enfrentar la situación? o bien ¿de qué manera se los puede ayudar? Son cuestiones a tomar en cuenta.

Por lo ocurrido en acontecimientos de ámbitos escolares o sociales comunes al encuentro de estos desde esta última década, casi un tercio de cada diez jóvenes sanjuaninos ha participado de alguna manera de hechos conflictivos con agresiones físicas. Muchos de estos choques de violencia son causados por "’la competencia” entre las mismas amistades y sus intereses comunes o dispares, o bien por complejas situaciones familiares, una limitada vida afectiva desprovista de móviles en el seguimiento de la formación de la personalidad del adolescente.

Pero no es tan sólo el hecho de marcar lo más preocupante del entorno o ambiente en el que se desenvuelve el joven sino el hecho de dar soluciones inmediatas, eficaces y oportunas para prevenir o bien salir de esa realidad. Una estrategia clave para intervenir el problema está en los padres y no sólo en el profesional tratante. No se debe victimizar al causante, ya sea víctima o implicado en el problema. Debe haber un acompañamiento continuo colaborando con el hijo hasta enfrentar soluciones de manera positiva "’ocupándose” con ellos, aunque esto signifique dejar prioridades o hasta desatender el trabajo. Quizás haya cosas que perder pero no perder un hijo porque si los padres no dan la adecuada dimensión al problema, este los puede superar. Es conveniente evitar ambientes o imágenes de violencia estresantes, hacer salidas familiares o amistosas adecuadas, cultivando la mesura y el valor por la naturaleza. Los hijos no deben perder el rumbo y los padres menos aún fracasar en ello.