La estrategia de confrontar, ante una salida imprevisible, crece marginando el diálogo enriquecedor del pluralismo de ideas volcadas al bien común. Para confrontar primero hay que comparar ante la evaluación de un mismo hecho que tiene dos salidas y se elige la que más golpea. La elección está en la conducta de los seres humanos competitivos, hegemónicos y/o autoritarios, que creen -equivocadamente- que golpeando primero se gana una batalla que puede estar ante los ojos de todos. El viejo dicho popular de que "quien golpea primero golpea dos veces", es sinónimo de anular por asombro al contrincante, por lo general, desprevenido. Esto se observa en políticos con dudosas posibilidades de triunfos y en autoridades que no las tienen todas consigo porque la gente ya no cree en todo lo que dicen y en todo lo que se le promete.

Hay políticos que golpean con la palabra, la mejor herramienta de interrelación entre los hombres, porque no tienen otra cosa para agredir al semejante. Y golpean violando la verdad la mayoría de las veces. Hablan por la necesidad personal de hacerlo y dejan la impresión que no respetan al prójimo y además que no les interesa la opinión de quienes son destinatarios del ataque. Pero la gente espera otra cosa. Ese enorme y a veces amorfo auditorio sabe bien lo que quiere, y qué es lo que le hace falta para poder llevar sus planes adelante.

Por eso las confrontaciones tienen corta vida, nadie las necesita y quienes las instrumentan lo hacen para satisfacer su ego.

La confrontación evita el diálogo que es la única vía capaz de hacer confluir a la gente armoniosamente detrás de un mismo objetivo, que es a la vez una misma e indiscutible esperanza.